Las rutas del verano

Ya es momento de decidirnos. Queda poco menos de un mes y hasta hace pocos días no tenía claro ni las fechas ni el destino de este año. Pero este fin de semana nos hemos puesto las pilas y ya tenemos el esqueleto de lo que serán las dos (sí, dos!!) rutas de este año. Comencemos por el principio.

1. La ruta de los Balcanes.

Ya estuvimos el año pasado, camino de Estambul y nos encantó tanto los paisajes como el viaje en el tiempo que supone meterse en Albania o en determinadas zonas de Bosnia. Paladear la guerra cercana y luchar contra sus carreteras y caminos imposibles. Esta vez iré solo, ida y vuelta en 15 días.

2. La Ruta Polaca

Este es el plato fuerte después del aperitivo balcánico. Belén y yo recorreremos en moto el norte de la Europa no escandinava, pasando por escenarios importantes relacionados con la II Guerra Mundial. Polonia es el destino final, pero la vuelta por la ruta conocida como la Romantische Strasse en Alemania será la guinda.

Como siempre, la publicación del post con fotos y crónica será diario, casi «en directo». Así que no os lo perdáis. En vuestras pantallas a partir del 14 de Julio!

La Ruta de los Grandes Viajeros

No puedo imaginar ningún motoviajero (fea palabra, por cierto) que no tenga ansias de viajar cada vez más lejos. Algunos lo consiguen, y como si de un gotero se tratara, van desgranándose unos pocos, que salen a hincharse de mundo encima de sus motos. Otros nos quedamos en tierra, observándoles desde la distancia con la esperanza de ser, en un futuro más o menos cercano, uno de ellos. Tanto unos como otros nos consideramos compañeros. Porque lo que nos une no es lo que hacemos, sino lo que anhelamos. Y así lo viví en la Reunión de Grandes Viajeros en Albacete. Pero esta historia comienza unos días antes, esperando un ferry que venía de Mallorca.

1. LA GRAN EVASIÓN

– ¿Por aquí saldrán los que vienen de Mallorca?- pregunté al aburrido vigilante que montaba guardia en una de las puertas de acceso al muelle, en el puerto de Barcelona. Mataba el tiempo haciendo unos obsoletos crucigramas de una revista de pasatiempos ya amarillenta.

– No. Saldrán por la otra puerta.- dijo señalando con desgana una barrera que se encontraba a pocos metros. Tras agradecerle la información, seguí circulando por la acera a paso de tortuga con la BMW.

A poco de esperar en la puerta indicada, llegó Domingo desde Montjuïch, explorando el terreno que haríamos poco después con nuestros invitados. Llevaba uno de esos ridículos cascos setenteros de los que nadie osaría comprar, con sus dorados metalizados. Un look perfecto de hombre bala. Y es que Domingo es así. Siempre dispuesto para unas risas, siempre a punto para unas curvas. Un auténtico lobo con piel de cordero.

Y llegaron los mallorquines. Obviamente por otra puerta, era imposible que el vigilante crucigramero me hubiera dado la información correcta. Era miércoles por la tarde, y nos esperaban cuatro días de autentico placer motero. Y todo comenzaría con unas curvitas hasta Terrassa y una cena de bienvenida, donde a todos se nos caería la baba escuchando las historias de Eduard «RideToRoots», que acudió recién llegado de Sudáfrica. Esto no podía comenzar mejor!!

Jueves, 8:30 de la mañana. Comenzaba la ruta. Rellinars fue el inicio, pero le siguieron Montserrat y sus fantásticas vistas, Igualada, Montblanc, el Montsant y la Serra de Prades. Un descubrimiento para los mallorquines y un placer para todos. Carreteras desiertas con un asfalto impecable y un trazado de locos. Seis estupendas motos y seis moteros (o motoristas,… o viajeros, llamadnos como queráis) disfrutando de la ruta, de las bromas y de las risas en las paradas. Qué os voy a contar a vosotros que no sepáis de lo bien que se pasa haciendo lo que te gusta con amigos… Como el anuncio de la cerveza, pero en vivo y en directo!

Me pasé la mañana viendo a Coco evolucionar sobre su pesada Adventure a pocos metros de mi GS. Trazábamos las curvas al unísono, como si se tratara de ballet o natación sincronizada. Derecha, izquierda… rozando líneas y arcenes, rápido pero seguros, trayectorias en sintonía. Avanzábamos al ritmo que nos marcaba la carretera, siguiendo un pentagrama secreto que solo nosotros éramos capaces de descifrar sobre el asfalto.

La tarde la pasamos en Alcañiz, conociendo a uno de los pilotos que seguramente será grande. Quique Ferrer, amigo de Coco, nos invitó a conocerle a él y a los entresijos del Paddock del CEV, aún a medio montar. Otro gran tipo agregado a mi timeline de Twitter, que cada vez tiene a más buena gente! (Jo, no sabéis qué buen rollito me está entrando escribiendo esta crónica…).

Y desde allí, a Morella. Carreteras de tercera llenas de baches, de desconchones y de parches de asfalto, todo ello aderezado con un tiempo fantástico y unos paisajes privilegiados. Qué más queremos? A Morella entramos por la trastienda, casi de puntillas. No nos dejó ver su espectacularidad hasta el día siguiente, aunque sus empinadas calles, sus soportales con columnas de madera y su excelente cocina nos recibieron de manera acogedora. Ah, no dejéis de probar la cuajada morellana, sería un pecado perdérsela!

Y allí fue donde la vimos. Arrinconada y cubierta de polvo, en el parking del hotel esperando a que alguien la admirara. Una magnífica Honda setentera, con sus cilindros en V en plan Guzzi. A Tomeu se le iban los ojos detrás de ella. Y es que su segunda pasión son las motos antiguas. Y la tercera las modernas. Le faltó tiempo para darle el teléfono al recepcionista para intentar contactar con el dueño de esa joya e incorporarla a su ya extensa colección.

El segundo día de ruta por el Maestrazgo discurrió por las pequeñas y mal asfaltadas carreteras de la zona. Cantavieja, el órgano de Montoro, el nacimiento del Pitarque… Nada mejor para Pere y su V-Strom, deseoso de devorar cuantos más kilómetros con curvas mejor. A pesar de su semblante siempre calmado y reposado, sus ojos brillaban con la ilusión de un niño que traza sus primeras curvas. Y mira que ya tiene kilómetros a sus espaldas!

Avanzamos hacia la abandonada central térmica de Aliaga, a través de valles calcinados por incendios recientes. Miraba por el retrovisor y sonreía. Detrás de mi seis amigos trazando curvas, riendo en cada parada y disfrutando de la vida. La serpiente motera acababa siempre en un punto fluorescente. El chaleco reflectante de Goldfinger se veía a distancia. Él marca la referencia de que todo está correcto, de que el grupo está controlado y podemos seguir adelante. Con su ritmo pausado pero constante, disfruta del paisaje desde la vista privilegiada que su Triumph le va ofreciendo en cada curva. Incluso en la distancia a través de mi espejo, lo veía paladeando y saboreando los paisajes perdidos del Maestrazgo.

Y así llegamos a Teruel, donde paramos a comer. Casi sin esperar el postre los abandoné a su suerte, camino de Albacete. A mí me quedaban 350 kilómetros de más para ir a buscar a Belén. Porque a pesar de que el día estaba saliendo redondo, me faltaba Belén. Me faltaba poder compartir esta gran escapada con ella, poder tocar su rodilla y notar sus ligeros abrazos subidos en la GS, síntoma de que no podíamos estar en mejor lugar que a lomos de la BMW. Por ello no me dolieron los más de 800 kilómetros que hice ese día para llevarla a Grandes Viajeros. Por eso tampoco me dolió ver a la pareja de la Guardia Civil dándome el alto por haber marcado en su radar la respetable cifra de 151 km/h. Todo acabó en una amigable charla sobre motos, dos puntos menos y algo de propina para las arcas del Estado. Pero yo seguía contento y feliz.

2. GRANDES VIAJEROS

Este ha sido un fin de semana de reencuentros. Reencuentros de gente que la primera vez que la conocí pensaba que no volvería a ver. Afortunadamente me equivoqué, y cada vez que coincido con estos amigos tengo un subidón de energía intenso. Y es que me encanta discutir con Sinewan, abrazar a Retor, conversar con Rafa, con David, Sergio, VíctorSergi, Roberto, o tantos otros. O intimar con McBauman encima de la Perla Negra. En Albacete lo de menos era escuchar historias sobre vueltas al mundo en Vespa o recorrer África en Impala. Lo importante era con quién las escuchabas. Y sin duda estaba con la mejor de las compañías. Llámales colegas, compis, o como quieras. Porque a pesar de vernos de higos a peras, somos amigos. O como dice Coco, «somos esa familia que te gustaría tener».

Un día y dos noches de risas, de anécdotas, de compartir inquietudes, vinos y gintonics. De dormirse mientras nos explican todos los tipos de pizza que se venden en los cuatro rincones de USA. De abrazos, más risas y de compartir proyectos. Eso y no otra cosa es Grandes Viajeros.

3. POR AQUÍ… SÍ ERA

Y llegó el gran día. Sin quererlo, como suelen venir los grandes días. Medio planificas una cosa para hacer otra completamente opuesta. Por estar unas horas más con los amiguetes, decidimos volver a Zaragoza pasando por Cuenca, acompañando a los que iban a Madrid. Los mallorquines, que embarcaban en Valencia también decidieron desviar su ruta. Y así comenzó la aventura. Porque a pesar de no estar en Ghana, ni en Indonesia, ni atravesar el Ecuador, hacer 100 kilómetros en toda una mañana para quedar a 25 kilómetros del punto de salida es una aventura. Sobre todo si dejas al gran McBauman dirigir el grupo de 8 motos. A la primera de cambio se salió del asfalto y comenzamos a adentrarnos por los campos albaceteños. Primero entre campos de cultivo, atravesando pequeños barrizales formados por los riegos a aspersión. Luego,… Bueno, luego ya no sé por dónde fuimos, porque el polvo era tan denso que me costaba saber hacia dónde iba la pista. Pero no importaba. El Sultán dirigía el grupo con decisión, así que ninguno dudamos de que llegaríamos a buen puerto. Ni cuando teníamos que dar la vuelta al acabarse el camino. La ruta pistera concluyó cuando nuestros estómagos demandaron comer algo y nuestras bocas decidieron enjuagar el polvo del camino con algo fresco.

Tras unas hamburguesas especiales que harían palidecer a todas las pizzas que se pueden comer en los cuatro rincones de USA, el grupo se fragmentó. Los mallorquines hacia Valencia, y el resto hacia Cuenca. Y así fue como McBauman, Sinewan, José Mª y Pilar proseguimos camino hacia el norte, ya por carreteras. Y luego por autovía, ya solamente con Mac, que iba más al norte, cerca de donde se esconden los verdes más bonitos de la tierra. Y así fue cómo Belén y yo llegamos a Zaragoza primero y a Barcelona después.

En la vida es importante saber hacia dónde vas. O eso creía. Planificar tu futuro puede ser importante, como lo es escoger bien el camino. Sabíamos que la ruta escogida aquél día no era ni la más corta ni la más rápida, pero sin duda había sido un atajo. Un atajo hacia nuestros más ansiados y deseados sueños.


La Ruta de los Grandes Viajeros por Dr_Jaus

Ruta Grandes Viajeros


EveryTrail – Find trail maps for California and beyond

La Ruta Navarra – El vídeo.

Si quieres descubrir los verdes escondidos de Navarra de los que hablaba en el post, este vídeo es la mejor manera que he encontrado para que lo hagas cómodamente sentado delante del ordenador. Aunque te soy franco: te recomiendo que levantes el culo y vayas a verlos por ti mismo. En moto, si es posible. Me lo agradecerás. Corre, que el verano ya está aquí y estos colores huyen del calor!


La Ruta Navarra por Dr_Jaus

La Ruta Navarra

Cuenta la leyenda que todos los diferentes tonos de verde habitan escondidos en el Pirineo navarro. Verde musgo, verde bosque, verde pasto, verde agua,… Pero solamente durante la primavera se atreven a mostrarse y engalanar valles, montes y praderas para deleite de los humanos que se aventuren a adentrarse en los recónditos parajes. Esta es la historia sobre cómo los descubrimos.

Calor. Recién habíamos estrenado el mes de mayo y ya hacía un calor de muerte. De pleno verano. Los más de 37ºC en las cercanías de Zaragoza nos recordaban al empalagoso ambiente del verano anterior en los Balcanes. Eran casi las siete de la tarde y el sol estaba parcialmente oculto tras unas pequeñas y delgadas nubes. A pesar de ello, el aire era caliente, pegajoso, dejando un gusto rancio en el paladar. Nunca pensé que el calor tuviera sabor. Debíamos atravesar la provincia de Zaragoza hacia el noroeste, hasta Sangüesa, que a la postre es la primera población navarra que nos encontraríamos. Pensé que cuanto más al norte, menos sufriríamos esas agobiantes temperaturas. Pero me equivocaba. Tauste y sus minas de sal no contribuyeron demasiado a quitarnos esa sensación. Las rocas y los últimos vestigios de algún charco presentaban esa costra blancuzca que deja la sal, como si de un árido desierto se tratara.

Diferentes carreteras secundarias iban desapareciendo bajo las ruedas de la BMW. Los baches hacían trabajar las suspensiones de una manera frenética. Me encanta ver cómo suben y bajan las botellas de la horquilla absorbiendo las irregularidades del terreno de manera impecable. Alcé la vista y ahí estaba. El horizonte. En toda su extensión. Hectáreas y hectáreas de campos, arrozales anegados de agua, mares de cereales que ondeaban al unísono, campos de colza de un amarillo casi insultante… Ese es el verdadero motivo del viaje: pintar horizontes de colores en nuestra memoria.

Avanzábamos por la comarcal cuando la silueta de un castillo se perfiló en uno de esos horizontes casi soñados. El castillo de Sádaba tiene la forma exacta de un castillo dibujado por un niño de ocho años. Altos muros rematados en cada esquina por una torre rectangular. Era lo suficientemente atractivo como para hacernos desviar la ruta. Un ilustre viajero me dijo una vez que él nunca pregunta dónde se encuentra el aparcamiento. Él entra hasta la cocina con su moto. Y si eso, ya le echarán. Apliqué ese sabio principio y llegué hasta el mismísimo portalón de entrada, mientras el sol comenzaba a ocultarse. A lo lejos, rompiendo esos horizontes que ya pertenecen a mi memoria, unos oscuros nubarrones parecían querer aguar la fiesta. Debíamos darnos prisa.

Finalmente llegamos a Sangüesa, a orillas del río Aragón. Su iglesia de Santa María parece debatirse constantemente entre el gótico y el románico. La sorprendente armonía de la discordia. Cruzamos el puente de hierro y llegamos a nuestro hostal, no más de una humilde posada de peregrinos. En ese momento, se hizo oscuro y comenzó a llover.

El sábado amaneció soleado y algo menos bochornoso de lo que fue el viernes. La primera parada fue en el Monasterio de Leyre, cerca del pantano de Yesa. Pagamos una simbólica entrada que nos daba derecho a ver la iglesia y la cripta. Nos dieron una llave con la que debíamos abrir la puerta principal y encerrarnos dentro. Curioso, cuanto menos. Sobre todo teniendo en cuenta que cada visitante recibía su propia llave. La cripta se encuentra justo debajo del altar mayor, como debe ser. Es un bosque de columnas de muy bajo talle que confieren a la estancia una atmósfera muy especial. Al menos hasta que entraron el grupo de alemanes, momento que aprovechamos para la huída.

Proseguimos hacia el norte por el valle del Roncal, donde múltiples arroyos nos dieron la bienvenida despeñándose por las rocas hasta abrazar la carretera. Verde musgo. Mientras, los pinos desprendían esa fresca fragancia de principios de primavera. Los desfiladeros se fueron alternando con los bosques, primero de hayas, luego de abetos. Verde bosque. En Isaba nos desviamos hacia el oeste. La carretera comenzó a subir y subir. Los bosques desaparecieron dejando el protagonismo a las increíbles praderas de un verde eléctrico que bordeaban la carretera. Subimos por encima de las nubes. Navegamos entre la hierba y la niebla en lo alto de la selva de Irati. Verde felicidad.

El día discurría bajo las ruedas de la GS, y en nuestro continuo traslado de valle a valle, llegamos a Roncesvalles. O eso parecía. La espesa niebla lo cubría todo, y solamente acertamos a ver algunos autocares desembarcando hordas de aprendices de peregrino deseosos de iniciar su camino de Santiago. Ah, si. Espera. Que eso de ahí parece una ermita. O no. No lo se. Verde Roncesvalles. Y continuamos hacia el norte. Solamente las innumerables gasolineras y los grandes almacenes nos advertían que estábamos saliendo de España. El último reducto patrio se encontraba invadido por cientos de franceses que se abastecían en los más baratos comercios españoles. La crisis, dicen.

Ya de bajada a Pamplona, nos paramos en Lesaka, no por nada en concreto sino porque el nombre me era familiar. Una vuelta por el pueblo  y llegamos, sin preguntar por el aparcamiento, hasta la puerta de la iglesia, encaramada en lo alto de una loma. Allí dentro nos esperaba una grata sorpresa. Y lo noté nuevamente. Una ligera sonrisa apareció en mi cara, la mirada se perdía entre la gran multitud de estatuas, columnas, hornacinas y recovecos del gigantesco retablo dorado. Ligero, eso si, pero noté un síndrome de Stendhal en toda regla. Como el de Florencia o el de las vidrieras de la catedral de León. Y con esa sonrisa tonta y esa expresión de bobalicón enfilamos hacia Pamplona.

La capital navarra nos acogió de mala manera. La manifestación del 15-M nos obligó a acercarnos a trompicones hasta el hotel, que se encontraba muy céntrico, quizá demasiado. Al final pudimos descargar el equipaje y los verdes horizontes, para disfrutar livianos la Pamplona de los recuerdos de mi infancia. Recuerdos de ver la televisión casi de madrugada y contemplar sus populares encierros con una mezcla de admiración y nerviosismo. Cuesta de Santo Domingo, Mercaderes, Estafeta… Esa noche estaban llenas no de morlacos sino de una miríada de pamplonicas degustando vinos y pinchos. Acabamos el día en el Café Iruña, toda una institución en la ciudad, saboreando un café y una tarta de chocolate, antes de volver a reposar a nuestro hotel.

No me gustan los retornos. Pero por norma general hay que volver. Igual en el futuro encuentro la manera de no hacerlo, pero hoy por hoy no veo solución a ese problema. El día acompañaba a la tristeza y melancolía. Las nubes cubrían el cielo, pero sin amenazar realmente. No había ni dramatismo en el ambiente. Solamente indiferencia. La idea era acercarnos a Sos del Rey Católico, por donde pasamos el viernes pero no dio tiempo a la visita. Villa medieval plagada de calles y callejones estrechos y empedrados. La iglesia, de extraña forma y cuidada cripta, la plaza medieval, o los edificios señoriales. Nada de eso podía competir con lo vivido el día anterior. Y es que la tristeza entiende de colores, y el color marrón piedra no ayuda. Ni el color de Ruesta, pequeño pueblo maldito y abandonado, donde acudimos casi por encargo. Su torre de defensa y su iglesia permanecen secuestradas tras unas inquisidoras vallas metálicas. Así que desandamos la carretera hacia Sos, que no era más que un sinfín de curvas salpicadas de miles de traicioneros baches. Eso que en otro momento me hubiera vuelto a dibujar una sonrisa en el rostro, ahora no era capaz de hacerlo. Parada en Ejea de los Caballeros, en un bar que no llega a ser ni de carretera, donde la mitad de la comida quedó en el plato. Retornos…

Y finalmente Zaragoza. Casi como en casa. Lugar para recapacitar lo vivido. Lugar para recordar los horizontes pintados en la memoria y los verdes navarros. Lugar para sonreír. Era el momento de alegrarse al saber que los verdes habían ganado la batalla a los grises indiferentes del retorno. Porque siempre existirá el verde. Verde esperanza.

La Ruta Navarra


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Cocinando ilusiones – Colaborando con Solo Moto

Este no es un post de viajes ni rutas. Este es un post de ilusiones y sensaciones. Exprimir lo vivido durante un día en compañía del equipo de Solo Moto. Conocer desde dentro cómo se cocinan los ingredietes que luego nos harán soñar con viajes, curvas y sensaciones al hojear la revista.

Durante muchos años las mayores aventuras relacionadas con el mundo motero fue ir al kiosko y comprar el Solo Moto. Lo devoraba rápidamente de cabo a rabo. Leía sus artículos, me empapaba de datos y me deleitaba con sus fotos. Años después he tenido la inmensa suerte de poder colaborar con ellos en algunas ocasiones, bien sea relatando alguno de mis viajes o haciendo alguna ruta con sus motos de prueba. Hace unas semanas me ofrecieron acompañarles en una sesión de fotos. Indudablemente, no pude negarme. Tenía mucha curiosidad por saber cómo se hacían esas fotografías que tanto admiré siendo un enano. No pretende ser un «making of» de esos que cuenta todos los secretos y detalles, sino impresiones y curiosidades que me sorprendieron. Espero que a vosotros también os sorprenda!

La de ese día era una doble sesión de fotos. Y es que a veces se aprovecha una sola salida y un solo fotógrafo para obtener las fotos de varios reportajes. Y más en este caso, ya queuna de las motos pertenecía a dos comparativas diferentes. Por un lado, la BMW R1200GS se comparaba con la Honda Crosstourer 1200. Y por el otro se iba a hacer un interesante reportaje sobre los motores bóxer BMW: la GS frente a la R1200R y la R1200RT. El día anterior me acerqué al parking de Solo Moto. Dejé mi GS y me llevé la RT. Primera toma de contacto llevándola a casa.  Me hice fácilmente con el gran volumen de la moto. No es este el momento de contar mis impresiones sobre las motos, eso si hay suerte saldrá en la revista a modo de pequeño comentario dentro de las pruebas, pero decir que la R1200RT se mueve mucho más fácilmente de lo que parece.

Habíamos quedado al día siguiente en un conocido bar de carretera cerca de Tona. Allí nos juntamos las 4 motos y sus pilotos con el fotógrafo. Yo solamente conocía a Luís, uno de los probadores desde hace ya muchos años. Pero el ambiente era muy distendido. Tanto como lo puede ser una panda de amigos que salen un sábado a dar un garbeo en moto. Porque en definitiva de eso se trata. Después de algunos bocatas, algunas cocacolas y muchas risas, nos pusimos en marcha. Fuimos a una carretera ya conocida para comenzar a hacer las fotos dinámicas. Se necesita una larga recta, poco tráfico y sobre todo que no hayan elementos que interfieran como farolas, postes, señales o similares. Nada más comenzar me di cuenta de lo difícil que es esto. Y es que en algún momento de mi vida llegué a pensar que esas fotos de 3 o 4 motos en línea pegaditas una a otra que salen en la portada de la revista no era más que un producto del Photoshop. Copias, pegas, arreglas y listo. Pues no. Las fotos se hacen así, con todas las motos en movimiento pegadas unas a otras. Cuando me dijeron el plan puse cara de póker, pero por dentro tenía cierta sensación de angustia. ¿Estaría a la altura de lo que me piden?

Comenzamos con las bóxers, y me pillé mi conocida GS porque ya puestos a hacer cosas complicadas, al menos hacerlo con una moto que ya domino. La cosa funciona así: una «moto guía» se pone en un lateral del carril a unos 80km/h. Lo más rápidamente las otras motos se van «acoplando» a la primera, una al lado de otra, con un poco de decalaje. Afortunadamente a mi me tocó ser el guía, y solo tuve que ocuparme de ir recto y mantener la velocidad. Así lo hice, y rápidamente se me pegó la R1200R a mi lado. Pero cuando digo a mi lado es a mi lado!!! Entre mi cadera y su manillar no había más de un palmo!! Y a continuación se añadió el armario de la RT!! Los tres en formación, intentando mantener la simetría durante toda la recta, mientras el fotógrafo, con su enorme teleobjetivo realiza las fotos en barrido. Y esto se hace no una ni dos ni tres veces… sino que fácilmente hicimos 15 o 20 pasadas en ambos sentidos… Luego repitió el tema con la otra comparativa, la GS y la Crosstourer… Ahí ya me atreví a hacerlo al revés, me monté en la Honda e intenté acoplarme al máximo a la BMW de mi compañero. Es más difícil de lo que parece, sobre todo cuando el fotógrafo te pide que pases más rápido… y más cerca… Pero creo que finalmente lo conseguimos.

Luego llegaron las fotos en solitario en curva. Y esto ya fue como me esperaba. No hay más secreto que buscar una carretera revirada y solitaria (los probadores y fotógrafos ya las tienen muy localizadas), elegir una curva con buena iluminación y comenzar a hacer pasadas con las motos, a una buena velocidad, dejando un intervalo entre moto y moto para que el fotógrafo pueda preparar el siguiente disparo. Otros 15 o 20 pases en ambas direcciones, y listo. Fue divertido!

En el argot, se llama «pesebres» a las fotos con las motos en estático. Y eso tampoco es tan fácil como parece! Se necesita un lugar bonito o con algo impactante, pero neutro y que no descentre el interés en las motos. Ellas son las protagonistas. Cerca de la curva donde hicimos las dinámicas vimos unas cuantas vacas pastando alegremente en la carretera, y nos pareció un buen lugar. Las veíamos en cada pasada que hacíamos, pero cuando llegamos allí tras la sesión dinámica… habían desaparecido! Así que tuvimos que improvisar. Una masía cercana, unas montañas al fondo, una calle rural abalconada… Y tiene su miga colocar cada vez las motos de manera correcta, simétrica y precisa!

Antes de la comida, quedaba lo más difícil, las fotos de grupo dinámicas en curva!! Vamos, lo mismo de antes, pero más difícil: mantén velocidad constante mientras el otro se arrima a ti cuando vas plegado plegado!! Lo peor es cuando te toca seguir el ritmo por el exterior de la curva, ya que tu velocidad ha de ser mayor que la moto que va por el interior y el guardarrail está allí al lado… Una,… dos,… catorce… las pasadas que hicieran falta.

Comimos en un restaurante cercano, y el ambiente continuó de lo más distendido. Risas, bromas,…. lo típico, vamos. Y después,… cada mochuelo a su olivo: ruta hasta Barcelona. Afortunadamente aún quedaban bastantes kilómetros de curvas hasta llegar a la autovía, así que pude disfrutar -ahora sin presión- de la conducción deportiva con la R1200R. Es muy curioso cómo resaltan las características de las motos cuando bajas de una y subes a otra de inmediato. Yo me acostumbro rápidamente a cualquier moto, cosa que es bueno y malo a la vez. Es bueno porque voy seguro -creo- desde casi el primer momento. Pero malo porque a veces se diluyen las características propias de la moto, perdiendo esas sensaciones (importante si luego las tienes que plasmar en un papel). Pero al cambiar de moto tan rápido te haces una idea instantánea de las características diferenciales de cada modelo. Y eso también era una sensación nueva para mi.

Recuerdo con placer la emoción de abrir un Solo Moto por primera vez y descubrir lo que me deparaba su interior. Pruebas de motos de ensueño, viajes a lugares remotos, pilotos con la rodilla en el suelo… También recuerdo la primera vez que salió mi foto en la revista, en lo alto de un podio de una carrera de resistencia en Alcarràs. Y cuando vi mi primer artículo firmado con mi nombre. Mis fotos, mi texto… Es apasionante entrar aunque sea casi de puntillas en lo que fue tu inspiración de juventud. Ahora he podido meterme hasta la cocina y ver cómo se condimentan los platos que tanto disfrutaba. Hoy he formado parte de mis propias ilusiones.

La Ruta Palentina

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Mirar el mapa y no encontrar huecos entre las zonas ya visitadas te causa una sensación de triunfo y frustración a partes iguales. Triunfo por haber visitado ya prácticamente todas las zonas que quedan en el radio de acción que te proporciona un fin de semana. Frustración por no tener mucha idea de dónde ir en el próximo. Es cierto que la mayoría de veces no exploramos la zona en profundidad, sino que solo pasamos de puntillas, pero el ansia de descubrir nuevos parajes me puede. Había leído cosas sobre el Canal de Castilla, gran obra de ingeniería del s. XVIII que servía como vía fluvial de comunicación, salvando con espectaculares esclusas los desniveles de terreno en diversos puntos. Suficientemente atractivo para mí. Pero si lo completamos con la conocida ruta de los pantanos en el norte de la provincia, no había nada más que pensar: ese fin de semana recorreríamos La Ruta Palentina.

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La tantas y tantas veces recorrida autovía de Zaragoza había cambiado sus ropajes. Los campos de cereales, algunas veces verdes y otras doradas cedieron el protagonismo a los almendros en flor. Pequeñas notas de un elegante blanco que difunden un atisbo de la alegría que proporcionará la ya cercana primavera. Esos topos blanco se transformaron, en las cercanías de Lleida, en un impresionante manto rosáceo que lo inundó todo. Los campos frutales estaba en su máximo esplendor!

Una pequeña pausa en Zaragoza, y enfilamos, -ya con Belén- la autopista de Logroño para no llegar excesivamente tarde a Burgos. La noche comenzaba a hacerse fuerte, mientras el viento bandeaba los más de 300kg de la BMW de lado a lado. Una franja de negros nubarrones nos amenazaba desde arriba, pero me seguía preocupando -y mucho- las ráfagas de viento que atacaban desde barlovento. Inclinar la moto, pegarme a los matorrales de la mediana,… Ninguna estrategia fue efectiva para librarnos del viento. Así que apreté los dientes y las manos en el manillar e intentamos capear el temporal. Al final, el viento se tornó lluvia y las temperaturas gélidas nos acompañaron hasta Burgos, 650 kilómetros después de la salida.

Un día gris y frío amaneció en Burgos. Pero el día sería radiante a pesar del hombre del tiempo. Comenzamos con la magnífica carretera N-623, que sale hacia el norte, buscando el Cantábrico. Afortunadamente la A-67, su hermana pequeña, es una autovía, lo que deja a esta nacional venida a menos, un tráfico prácticamente nulo. Tiene un asfalto no en excesivo buen estado, pero lo bastante para ir cómodamente con la GS. En Escalona nos desviamos por una pequeña carreterita local que discurre junto a un incipiente río Ebro casi en pañales, pero con la suficiente bravura como para formar las magníficas hoces que culminan en la maravillosa localidad de Orbaneja del Castillo. Almenas imposibles cortan su horizonte, de ahí si nombre. Y es que los riscos de caprichosas formas -habías visto antes a dos camellos besándose?- coronan al puñado de casas que rodean la interesante cascada que fluye hasta la misma carretera. Desde luego un acierto planificar por aquí la ruta.

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Seguimos el curso del Ebro hacia el oeste por una carretera ya bastante más bacheada pero muy divertida, tanto por su trazado como por su paisaje, aún cerca del serpenteante río y a caballo entre Cantabria, Burgos y Palencia . Finalmente llegamos a Aguilar de Campoo, donde se inicia la conocida y recomendable Ruta de los Pantanos, en el Parque Natural de Fuentes Carrionas donde, bordeando los semisecos pantanos has de esquivar miles de boñigas de las vacas de grandes cuernos que, junto con los caballos, pacen tranquilamente tanto a los lados como en plena carretera. Mientras, el sol iba saliendo tímidamente a retazos entre la grises nubes y las nevadas montañas palentinas, vecinas de los cercanos Picos de Europa.

20120321-112531.jpgDespués de visitar alguna que otra iglesia románica del norte de la provincia, nos acercamos a Frómista para ver esa Después de visitar alguna que otra iglesia románica del norte de la provincia, nos acercamos a Frómista para ver esa obsoleta maravilla de la ingeniería española que son las exclusas del Canal de Castilla. A pesar de llevar poca agua, los saltos entre los diversos niveles rodeados por paredes ojivales de un tono rojizo, le daban magia al lugar. El relajante sonido del agua, el sol escondiéndose en el horizonte, el olor a tierra húmeda… todo ese encanto hacía que el viaje hasta allí hubiera valido la pena. De camino a Ribas de Campos, ya cerca de la capital, comenzó a llover tímidamente, mientras que el sol seguía iluminando con sus, últimos rayos, inventando un tímido arco iris que dio el broche de oro a los 400 kilómetros de ruta.

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La mañana del domingo amaneció soleada, aunque con pocas ganas de regresar. Aranda de Duero y las tierras vinícolas de la Ribera del Duero nos subieron el ánimo mientras observábamos las enormes extensiones de viñedos que nos rodeaban. Las ya conocidas poblaciones de San Esteban de Gormaz y Burgo de Osma nos vieron pasar buscando otra parada en Almazán y su plaza mayor, para tomar un aperitivo a base de pinchos y hacer menos duro el regreso a Zaragoza y Barcelona. Mientras, allá en lo alto las cigüeñas comienzan a poblar nuestros cielos, a volar pesadamente a nuestro lado, o a mirarnos curiosas desde sus grandes nidos colocados en un equilibrio imposible. La primavera comienza a inundarlo todo con su fragancia fresca. Y como cada año, yo me dejaré conquistar por sus encantos, esos que alimentan mis ansias de aventura.

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América en moto me espera… pero eso no es lo más importante

No pensaba que fuera tan duro. Solamente llevamos 2 días de «campaña» y comienzo a estar fatigado. Comer, mirar el Facebook. Dormir, mirar el Facebook. Trabajar, mirar el Facebook… Cuando no miro los resultados de las votaciones, estoy «molestando» a amigos y seguidores con la misma monserga «Dale al MeGusta». «No, al del video no… al del Facebook». «Espera que te paso el enlace bueno»… Pero cuando veo las muestras de apoyo desinteresadas de la gente que me quiere, e incluso de la que no me quiere aún porque no me conoce, me da un subidón. El famoso #SubidónMorchón de Twitter. No pensaba «mancillar» mi blog pidiendo el voto, sino solamente quería que mis «lectores habituales» supieran qué es lo que pasa por mi cabeza… y para daros las GRACIAS.

Gracias a los que confiaban en mi desde el principio. Gracias a los que vieron mi candidatura, compararon y pensaron que debían votarme. Gracias por ese pequeño esfuerzo de darle a un enlace, que parece que no es nada, un simple hecho insignificante, pero que para mi es mucho. Ver subir el contador de mis votos (si, demasiado lentamente, eso es cierto) me hace sonreír. Y eso en los tiempos que corren, es mucho. Independientemente del resultado, lo más importante es el cariño y el apoyo desinteresado que me estáis ofreciendo. Y eso no se paga. De verdad, GRACIAS!

Y ya que has llegado hasta aquí, ya que el tema va más lento de lo esperado, si no lo has hecho ya haz click en el enlace y luego dale al «Me Gusta» que hay debajo del vídeo. Hazme sonreír una vez más.

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Candidatura Piloto SERGIO MORCHON para Realiza… por realizatuaventura

La Ruta del Maestrazgo

Una sonrisa invadió mi rostro. No estaba contento, de hecho estaba molesto. Era de esas sonrisas sarcásticas que a veces te autoregalas. Estaba molesto conmigo mismo y con el azar. Pensaba que no era posible -incluso estadísticamente imposible- que me volviera a quedar al límite de mi depósito de gasolina al intentar realizar la Ruta del Maestrazgo. Hace unas semanas, con una Suzuki GSR750 de pruebas no pude culminar la ruta por ese motivo. Ahora, con mi BMW R1200GS parecía un juego de niños. Pues no, me equivocaba. Así lo confirmaba el odioso chivato amarillo del cuadro de mandos y la señal de que solamente me quedaban doce kilómetros de autonomía. Y el siguiente pueblo importante estaba a diez. Esperaba que la suerte me acompañara y que encontrara una gasolinera en Belchite. De hecho estaba seguro que así sería. Pero como ya sabéis, en moto nunca existe la seguridad plena. Ese es precisamente uno de sus encantos.

Todo comenzó a primera hora de la mañana, en Zaragoza. El día empezaba a clarear, y se adivinaba un sol poderoso y altivo a pesar del invierno. No era el frío lo que me preocupaba. El viento bramaba tras la persiana, intentando arrancarla de cuajo. El cierzo parecía hacer peligrar la ruta. De todas maneras nos desperezamos, desayunamos rápidamente y nos echamos a la carretera sin mas. Sí, el viento era molesto, pero haría falta mucho para torcernos los planes.

La primera parte de la ruta fue un calco de la anterior. Fuendetodos aparecía al final de una carretera fuertemente bacheada, que no suponía ninguna dificultad para mi BMW. El pueblo continuaba como hacía unas semanas, casi desierto, a pesar de albergar la casa natal de Goya. La siguiente parada obligada en Belchite, para adentrarnos en sus ruinas de una guerra civil que poco a poco cae en el olvido, donde sus protagonistas van muriendo uno a uno, y donde una memoria histórica intenta -a veces sin mucho acierto, otras con todo el acierto del mundo- recordarnos lo que nunca debe volver a pasar. Y es que de utopías también se vive.

Proseguimos viaje hacia Ejulve, y luego a Villarluengo, lo que ya era territorio desconocido para mi. La carretera era de lo peorcito, parches de asfalto, socavones y pequeños desprendimientos hacían que tuviera que poner todos los sentidos en la conducción y poco en el paisaje. Nos recordaba esas carreteras a medio hacer -o a medio destruir- de Albania, cuando tenían a bien usar el asfalto y no la simple tierra. Sea como fuere, el estado de la vía no impidió que llegáramos hasta el llamado «Órgano de Montoro», una formación rocosa que convierte el lateral de la montaña en un gigantesco órgano con sus infinitos tubos desafiando el viento.

En los laterales aún se amontonaba la nieve caída días antes, que ahora se deshacía lánguidamente invadiendo la carretera con cientos de regueros, que mezclados con el blancuzco resto de sal anticongelante, no invitaba a inclinar la BMW más de lo estrictamente necesario. Atravesar la Sierra Carrascosa, con sus interminables curvas, sus estrechos desfiladeros y sus desérticos parajes estaba siendo de lo más reconfortante, a pesar de las molestias propias de esta época del año. Entre curva y curva me dio tiempo de apuntar mentalmente que debía volver en primavera.

Nos paramos a pocos kilómetros de la Cañada de Benatanduz a tomar unas fotos de esos campos salpicados de nieve que parece azúcar, ni demasiada como para empalagar, ni demasiado escasa como para no endulzar. Vinieron a mi mente polvorones, pastelitos adornados con azúcar glasé, dulces nevaditos… La proximidad de la hora de comer y la dieta comenzaban a hacer estragos en mi mente cuando de pronto sucedió un hecho que seguramente recordaré toda la vida.

Flap, flap, flap… No eran ni uno ni dos, sino quizá seis o siete los enormes buitres que levantaron pesadamente el vuelo a pocos metros de nosotros. El batir de sus gigantescas alas resonaban en el valle mientras a duras penas pude coger la cámara para inmortalizarlos. Se alejaron lentamente, ascendiendo poco a poco y comenzando a volar en círculos sobre el resto del festín que seguramente habíamos interrumpido. Y es que la fascinación que me provoca ver volar estos enormes bichos es -casi- tan grande como la de recorrer carreteras y pistas en busca de ese tesoro íntimo y personal que son las sensaciones. Y para mí, el episodio de los buitres será una de esas sensaciones recordada por siempre. Seguro.

En Cantavieja comimos, bajo unos enormes soportales magistralmente restaurados. El pollo con pimientos o la tortilla de espinacas habían sustituido a los tradicionales bocadillos, pero lograron eficazmente que desaparecieran de mi cabeza esos postres glaseados que me asaltaban hacía unas horas. El sol calentaba con fuerza, y bajo los arcos de piedra que nos resguardaba del ya escaso viento pudimos recargar baterías para continuar el viaje. La Iglesuela del Cid y sobre todo Ares del Maestre, ya en Castellón, llamaron nuestra atención. Encaramada en un peñasco, Ares disfruta de unas vistas tremendas sobre su entorno, sobre todo desde el mirador. El sol comenzaba a bajar, y a estas alturas del invierno el camino que ha de recorrer hasta ocultarse es más bien corto, por lo que nos apresuramos en llegar al destino final del día.

Apareció como de la nada, tras un recodo de la -ahora sí- espléndida y divertida carretera. Así la recordaba yo de mis viajes de niño. Morella inundó el paisaje de una manera casi insultante, con poderío. Nadie puede dejar de admirar la ciudad amurallada cuando llegas desde el sur. Su castillo en lo alto preside una ciudadela que se desparrama por la ladera hasta acabar cercada por su muralla intacta. Mientras intentábamos cerrar la boca del asombro, me fijo en dos empleados de la gasolinera cercana, que continuaron barriendo a pesar del espectáculo que diariamente se despliega ante sus ojos. Y es lo que tienen las sensaciones, que no son iguales para todos y que desafortunadamente acabas por acostumbrarte a ellas.

Atravesamos las murallas y nos adentramos en callejuelas prohibidas a la circulación de foráneos, intentando desesperadamente llegar al hotel, que se muestra esquivo, a pesar de que el GPS se esfuerza en mostrarnos el camino. Callejones sin salida, calles en contra dirección o simplemente calles escalonadas nos cortan el paso. Tras preguntar, decidimos recorrer unos doscientos metros en dirección contraria para llegar a la puerta. Una vez alojados y con la moto a buen recaudo en el parking del hotel, nos dispusimos a visitar la ciudad que se encontraba en plena efervescencia, debido a la festividad de San Antón. Decenas de jóvenes vestidos de labriegos añejos y algo pasados con el vino y la cerveza representaban una ancestral función por las calles, mientras seguían bebiendo y comiendo. Unas sopas morellanas y algo de carne precedieron al descanso merecido.


Las campanas de la cercana iglesia nos despertaron, de la misma manera que nos habían arropado la noche anterior. Entre tañido y tañido, el inmaculado silencio de la noche agotaba su mandato. Tras el desayuno, abandonamos la bella Morella y enfilamos hacia el norte, en busca de Zorita y su Santuario de la Balma. Empotrado en una muesca de la roca, el pequeño santuario surgía casi en precario equilibrio, como lo haría un pequeño brote de un matorral. A esas horas aún permanecía cerrado, por lo que continuamos camino hacia Alcañiz, Caspe y el Monasterio de Rueda, a orillas del Ebro. Un retorno rápido, con buen tiempo y que sirvió para llegar a Zaragoza a la hora de la comida. Solamente faltaba el retorno a Barcelona unas horas más tarde para acabar la ruta, ya de noche cerrada. Un fin de semana de sensaciones, algunas revividas y otras nuevas. Y es que entre unas y otras pintamos de colores nuestro día a día. Y cuando el lunes grisáceo amanece invariablemente, solamente hay que esperar unos cuantos días a que salga el arco iris. Si lo buscas, siempre aparece. Créeme.

 

La Ruta del Maestrazgo


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