A caballo entre Bosnia y Montenegro. Retorno al Este. Cap. 6

De eso que buscas un sitio donde parar para quitarte el casco y que las orejas respiren un poco. Porque mira que llevamos horas con el casco puesto. Pues eso, que vas a parar y ves un cartelito que pone en cirílico «Piva Manastir«. Pues para ahí que nos vamos. Un parking cuidado, un autocar esperando y una iglesia de piedra muy cuidada y casi completamente rectangular, de esas que solías hacer con el Exin Castillos. «Nada del otro mundo», piensas. Pero la curiosidad te hace entrar. Y ahí dentro descubres esto:


No había ni un centímetro cuadrado de toda la iglesia que no tuviera su fresco. Precisamente eso es lo que pensaba ver en varios monasterios búlgaros y rumanos, pero no esperaba verlo tan pronto. Y menos de casualidad. Pero comencemos por el principio.

No es casual que Mostar tuviera una Plaza de España, después de nuestra presencia en esa ciudad en la guerra de los Balcanes. Precisamente fue el ejército español el que habilitó un puente provisional cuando los croatas se cargaron el original. Fuimos a verla antes de dejar Mostar, por la mañana. La plaza muy remozada y bonita, pero en todos los alrededores se podía aún sentir el dolor de la guerra. 

Sí que fue casualidad pararnos en un monumento megalítico, de esos que le gustan a los antiguos estados pro-comunistas del telón de acero. Un monumento en memoria de nosequé batalla. Por la colina ascienden sendos tramos de escalera interminable, para acabar en un monolito simétrico sin excesivo sentido.

Y tras la frontera con Montenegro y el típico puente con estructura metálica y suelo de madera, llegamos lloviendo al cañón de Piva. No fue casualidad, ya que ya lo había recorrido un par de veces, y Belén debía ver la sucesión de túneles excavados en la roca al lado del tremendo precipicio que albergaba el río con tonalidades turquesas.

Y la bahía de Kotor, llegando desde las alturas, ha sido espectacular. El sol se atrevía a salir durante unos instantes, pero parecía seguir tímido. Unos cuantos tornantis y rampas con suelo de cemento nos llevaron hasta nuestro apartamento. Y por la noche, el paseo nocturno por Kotor ha sido de lo mejorcito. Daban ganas de quedarse algo más de tiempo, para saborearlo de día. Una infinidad de callejuelas empedradas y edificios regios primorosamente conservados, así como un buen puñado de antiguas iglesias, todo ello coronado con una muralla que zigzaguea por la montaña en un equilibrio imposible. Y basta ya de descripciones, que me emborracho de adjetivos. 

La cena… Seguro que Belén os habla de la cena. Yo de momento, me voy a descansar, que mañana toca atravesar Albania, y eso no es moco de pavo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.