El retorno a Palencia

Valdeolmillos

—Deberías buscar hotel en Aranda de Duero —le dije a Belén días antes. Ella es la que se encarga de seleccionar los hoteles en nuestras rutas, y lo suele hacer escrupulosa y concienzudamente. Es por ello que  generalmente, después de informarle de nuestro destino, me suelo quedar tranquilo sabiendo que hará el trabajo de manera impecable. Pero ese día no me quedé excesivamente tranquilo.

En primer lugar, recuerdo en uno de nuestros viajes al norte, que en lugar de mirar alojamiento en Miranda de Ebro, Belén casi reserva en Aranda de Duero… Así que no era de extrañar que esta vez pudiera hacer lo contrario.

—Aranda de Duero, no Miranda de Ebro —remarqué. Sabía que la puntualización podía traerme problemas, pero más problemas nos traería tener que dormir en Miranda de Ebro si nuestra aventura de fin de semana iba a discurrir por Palencia.

Y ahí es donde radicaba mi segunda preocupación: Palencia. A cualquiera -que no sea palentino- que le digas «me voy a Palencia a pasar el fin de semana», te mirará de una manera extraña. Porque no lo neguemos, no suena muy atrayente. Burgos aún tiene su catedral y las morcillas, Segovia el cochinillo y el acueducto, el Maestrazgo suena bien, pero… ¿Palencia?¿Qué tiene Palencia? Pues amigo lector, Palencia tiene, ¡vaya si tiene! Si sigues leyendo lo podrás comprobar.

—¿Venís para un solo día, no? —La presumiblemente dueña del hotel en Aranda de Duero, una señora entrada en años y embutida en un rancio vestido de color rojo que pretendía ser elegante nos miró brevemente. Mientras su presumiblemente marido, sentado frente al ordenador de la recepción, se encargaba de registrarnos.

—Sí, solo nos quedaremos esta noche —contesté.

—Pues entonces os daremos la habitación 168. Es mucho más grande y estaréis más cómodos. Venís por Booking, ¿verdad? —preguntó.

—Así es.

—Pues no estaría mal que entrarais a valorar nuestro hotel. Tenemos un 8.3, pero queremos llegar al 9 —dijo sonriendo de manera algo maliciosa.

—No se preocupe, lo solemos hacer siempre.

La habitación era grande, eso sí. Pero nada que ver con las fotos que habíamos consultado en Booking. Nada de decoración moderna, minimalista y funcional. La habitación 168 era casi decimonónica. Grande, eso sí. Con una cama de matrimonio enorme, vestida con una colcha que bien la quisiera Alfonso XIII. Excepto la intención de la señora de rojo, nada en ese hotel merecía el 9.

Herrera de ValdecañasLa mañana del sábado comenzaba en la A-1 dirección Burgos, para desplazarnos finalmente al primer punto de mi roadbook, Herrera de Valdecañas. El día salió espectacular, con brumas en los valles, pero un sol radiante y luminoso por nuestro camino. La iglesia, de Herrera, parece a medio construir. Y es que se ve que la restauraron en los 50… todo menos la fachada. Estaba cerrada, como la inmensa mayoría de las ermitas que visitaríamos ese día. Pero por su amplia cerradura, podía verse los tonos dorados de su retablo. Y ya. Se acabó la visita. Bajamos las pequeñas escaleras de piedra hasta las motos, que habíamos dejado junto a un tronco de chopo apoyado en sendas estructuras de hierro que lo sujetaban horizontalmente. Aún me pregunto el por qué de esa veneración a un chopo que parecía pudrirse y que tenía los inviernos contados.

ValdeolmillosA pocos kilómetros teníamos la primera joya de la ruta, la iglesia de San Juan Bautista de Valdeolmillos. Imaginad la situación: sol luminoso, ermita románica en perfecto estado y rodeada de un tapiz de pequeñas margaritas naranjas. Espectacular la mires por donde la mires. Silencio absoluto en el pueblo y aire puro. Palencia.

Y seguimos para bingo. En Fuentes de Valdepero, el castillo de los Sarmiento resalta ya mientras te acercas, dominando gran parte del pueblo. Robusto, con unas paredes fuertes y perfectas, rematadas en sus extremos por rotundas torres redondas, y rodeado todo él por olorosas matas de romero, que esparcían en el aire ese aroma dulzón que tanto añoramos los de ciudad. Fue protagonista en los episodios de los comuneros, y perteneció a la Casa de Alba. ¿Pero cómo no había oído yo hablar de este castillo?

La BMW F650GS de Belén es una moto increíble, capaz de comerse casi 400 kilómetros sin repostar. Te permite despreocuparte de buscar gasolineras la mayoría de las veces, pero claro, en algún momento tienes que darle de beber. Y generalmente eso pasa cuando no tienes estaciones de servicio cercanas. O si las tienes -según el GPS- éstas han desaparecido como por arte de magia. ¿Dónde está esa España de hace unos años, en la que dabas una patada y aparecían cuatro gasolineras? ¡Hasta tres estaciones de servicio que marcaban los GPS ya no existían! O nunca habían existido, quién sabe. Así que tuvimos que desviarnos de la ruta hacia el norte, a territorios ya explorados en otro viaje, y que no pretendíamos pisar esta vez. Pero hasta Frómista no encontramos gasolina. Y claro, estar en Frómista y no visitar las esclusas del Canal de Castilla, era un pecado mortal, a pesar de ya conocerlas.

Fuentes de Valdepero—Cuidado con el barro que tienes ahí —le dije a Belén en el improvisado aparcamiento de las esclusas. —Eso resbala mucho y lo más normal es que acabes en el suelo—. Ella me miró con esa mirada interrogativa que ponen las mujeres y que te tiene que poner sobrealerta de que algo peligroso está a punto de pasar, como diciendo «¿pero qué me estás contando?», pero con los ojos. Y sí, algo de razón tenía. Tampoco había tanto barro. Y además estaba casi seco. Pero mi afán protector, que ejerzo con ella hasta límites quizá excesivos, me impedía bajarme del burro.

—Belén, la BMW no es como la Derbi, que pasa por las piedras, la arena o el barro como si fuera una bicicleta— intenté explicarle. —Esta moto pesa mucho más, y en cuanto pases por ese barro la rueda se hundirá y acabarás en el suelo. Y es una estupidez que acabes con un tobillo roto por haber querido pasar por el barro, pudiendo salir del parking por otro lado —dije quedándome satisfecho: había quedado lo suficientemente contundente como para que Belén comenzara a hacer maniobras en parado para evitar la zona de barro. En mis adentros temía el momento en el que finalmente volara sola entre los peligros de las carreteras.

A las afueras de Manquillos visitamos su iglesia románica ya a la hora de comer. Pequeña, recoleta y con detalles exquisitos en sus capiteles. Un abuelo y su nieta pasaron con sus bicicletas a nuestro lado, quitándose las decenas de hilillos como de tela de araña que desde hacía bastantes kilómetros flotaban en el ambiente, y que nosotros también habíamos ido recogiendo con las motos, que parecían casi disfrazadas para Halloween.

Comimos poco después, en Paredes de Navas, en un hostal de los que el camarero, con pantalón raído y las uñas negras, te iba cantando los platos de la carta, sin tener tú mucha idea de lo que te iba a costar el menú. Pues por una sopa de caldo y unas carrilleras, con pan, postre y bebida, 10€. Palencia.

TorremormojónLa verdad es que esta zona sur de Palencia se caracteriza por sus iglesias y ermitas sobredimensionadas para el tamaño del pueblo correspondiente. Altísimas construcciones que comenzaban a abandonar el románico intentando ya alcanzar el cielo gracias a los arcos ojivales góticos, permitiendo a la vez, paredes menos robustas y más y mayores ventanales. Es el caso de Santa María del Castillo, en Torremormojón. Desgraciadamente, la iglesia por fuera deja bastante que desear, y únicamente destaca su altísimo campanario con tres filas de campanas, pero según mi exhaustiva búsqueda previa al viaje, lo mejor estaba por dentro. Y como ya he dicho, la cosa está chunga en Palencia para ver las iglesias por dentro.

La verdadera razón de planificar esta ruta por el sur de Palencia era visitar Ampudia. Ya acercándote desde el norte destaca el grandioso campanario de su colegiata, sobredimensionado como viene siendo habitual en la región. Pero la verdadera joya de la corona es el castillo, al parecer perteneciente a la familia Fontaneda. Sí, la de las galletas. Almenas, torreones y murallas se alternan en una combinación tan bella como complicada. Desde la puerta del foso, se divisa toda la población y la comarca. Y junto a ella, la sobria ermita de Santiag0, cuadrada, casi sin ventanas. Hermética. Palencia.

Castillo de AmpudiaNos acercamos hasta Valoria del Alcor por carreteritas estrechas que van rodeando suaves colinas tapizadas de verde recién plantado, como si de una pantalla de Windows se tratara. La ermita de San Fructuoso, en lo alto del pueblo, tiene una vista incluso mejor que la del castillo de Ampudia. A su alrededor, decenas de respiraderos y chimeneas de piedra surgen del suelo como si casas de hobbits se trataran.

—Perdone, ¿le puedo hacer una pregunta? —dijo Belén a una abuelita que se acercaba por el camino del cementerio. —¿Qué son esas chimeneas que salen del suelo? —preguntó. Me encanta tener al lado a Belén, porque yo sería incapaz de interaccionar con tanta facilidad con los lugareños. Soy más de pasar de puntillas, a sabiendas que me pierdo la experiencia más impresionante que se puede llevar un viajero: el contacto humano. Porque los viajes no solo son plasmar paisajes en la retina. Un viaje consiste fundamentalmente en grabar a fuego sentimientos en el alma. Y para eso, no hay nada mejor que una buena conversación con un desconocido.

—Bodegas —contestó. —Son bodegas. Antes aquí había mucho viñedo. Pero con la llegada del tractor, se echaron a perder, ya que no estaban preparados y no había espacio suficiente. Así que los quitaron y plantaron cereal, que es de lo que se vive por aquí —puntualizó. ¿No os lo dije? En una sola frase había resumido la evolución agraria de la zona en los últimos 70 años. Impresionante.

Hablamos del pueblo, de lo despoblado que estaba, de la alegría que dan los niños cuando vienen en verano, de la vida rural… De cosas que no te las da una guía de viajes ni te las insinúa la mejor foto de la iglesia que pueda llegar a hacer.

—Como veo que son gente de bien, os voy a hacer un pequeñísimo favor —dijo la anciana. —Tengo aquí las llaves de la iglesia, ya que iba a cambiar las flores del altar. ¿Queréis verla? —preguntó.

Pero cómo no voy a querer verla, después de pasar por tantas iglesias y tener que imaginarme su interior o mirar por el ojo de la cerradura! San Fructuoso nos abría sus puertas para descubrirnos una sencilla planta rectangular, con dos pequeñas capillas laterales.

—Eso era la sacristía —comentaba la señora. —Y la entrada que podéis ver ahí no se sabía que existía hasta hace poco. La otra no, siempre ha sido la capilla del Santo Cristo.

Después de agradecer repetidas veces el gesto de la anciana, nos despedimos de Valoria cuando el sol estaba a punto de ocultarse, bañando todo de esa luz cálida que se resiste a abandonar un día excelente para ir en moto. Pero a nosotros nos quedaban aún muchas cosas por ver, y poco tiempo que perder para llegar a Campos y luego al Monasterio de La Trapa. Sí, la similitud con aquella marca de chocolates no es casual.

—¡Hola! —saludaron efusivamente con una amplísima sonrisa profiden dos monjas ataviadas con su típico hábito de monja, estilo Batman pero en blanco. Nosotros, recién nos habíamos quitado los cascos y nos acercábamos a ella con nuestros trajes espaciales de motoristas. ¿Menuda escena! Cualquiera que viera la escena desde lejos, podría acabar pensando en dejar las drogas.

—¿Vosotros sois de los de los parapentes?— preguntó la más mayor señalando al cielo, donde un paramotor -sí, un parapente de esos que llevan un ventilador en la chepa- evolucionaba alrededor del sobrio monasterio. Sin duda, la monja, al vernos vestidos de astronauta, dio por sentado que debíamos de ser seres de otro planeta que habíamos aterrizado en paracaídas. Mientras, la novicia que la acompañaba, había pegado un brinco para subirse a un poyete, con el objeto de ver mejor al parapentista. «Anda que no te vas a perder cosas dentro del convento», pensé muy para mis adentros.

—No, nosotros somos los de las motos —contesté señalando nuestras máquinas celestiales que estaban aparcadas unos metros más atrás. Me estaba llegando a abrumar la cantidad y calidad de la interacción humana que estábamos teniendo en este viaje. Palencia.

—Pues os quiero ofrecer un libro lujosamente ilustrado, con tapa dura, detalles en pan de oro y papel biblia que habla de la historia de nuestra congregación —soltó sin perder la sonrisa mientras sacaba un libro de la bolsa de plástico que portaba. —Son solo veinte euros, y con su compra os aseguráis misas dedicadas de por vida —siguió diciendo.

No hay nada más surrealista que una señora y su joven acompañante vestidas de Batman blanco, mientras miraban un parapentista en el cielo, intentando vender a dos astronautas un libro con incrustaciones de pan de oro. Analizadlo. Creo que yo también debería dejar las drogas. Nos excusamos con excusas de mal pagador (se nos va a estropear en las maletas de la moto…) pero ante la insistencia de las superheroínas tuvimos que acabar esgrimiendo un «no, no nos interesa» que nunca falla.

Y ya con el sol completamente oculto, intentamos llegar a otras de las esclusas del Canal de Castilla a su paso por Villamuriel de Cerrato, pero para llegar hasta ahí teníamos que transitar por un camino de circulación prohibida durante tres kilómetros. La noche cercana nos quitó la idea de buscar ruta alternativa, y decidimos ir a reposar ya al hotel.

Baños de CerratoY qué decir del domingo? Pues que con el objeto de llegar a tiempo a Zaragoza a ver la última carrera de MotoGP de la temporada, decidimos darle caña al mono, no sin antes pasarnos por Baños de Cerrato para contemplar la que dicen la iglesia más antigua de España, la dedicada a San Juan Bautista y que con su sobrio estilo prerrománico y su arco de herradura, data nada menos que del siglo VII. Maravillosa. Y por Villaconancio, que con su iglesia románica de San Julián y Santa Basilisa nos recordó a esos ábsides que estoy tan acostumbrado a ver por los pueblecitos pirenaicos catalanes. Otra maravilla escondida de Palencia.

Y como quien no quiere la cosa, a un ritmo quizá más fuerte de lo aconsejado para la experiencia de Belén con motos potentes, volamos entre las suaves curvas de las carreteras casi desérticas, mientras comprobaba desde mis retrovisores, que la pequeña BMW no se despegaba ni un ápice de mí, por mucho que apretaba trazando las curvas de una manera milimétrica. La velocidad de Belén aprendiendo a llevar moto está siendo realmente vertiginosa. Y luego vino todo aquello de la remontada hasta el cuarto puesto, del podium que vale un campeonato y todo aquello que seguramente olvidaré antes que las sonrisas de las monjas vendedoras, o de la bondad de la abuelita de Valorio. Palencia. ¿Tenía o no razón cuando te hablaba de los encantos de Palencia?

Villaconancio

Como ya es costumbre, tenéis el dossier turístico, el roadbook (esta vez solo del sábado) y el track en la página de Roadbooks.

 

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