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Día 7. 30 de Julio. Bergen

Un minuto y 28 segundos. Eso es lo que tardé en recorrer todo el pasillo del hotel de Oslo. No he visto un pasillo tan largo en mi vida. Y esa mañana lo hice 5 veces, casi 7 minutos y medio de mi vida gastados en recorrer pasillos… Y es que bajé a la moto a por el forro del pantalón, que no quería pasar el frío que pasé ayer. Caía una ligera llovizna, suficiente para que me asegurara de que todas las cremalleras del traje estuvieran convenientemente cerradas.

El tiempo fue cambiante, variando desde lluvioso a soleado, pasando por todos los matices; temperaturas tan dispares como los 24ºC a mediodía y los 10ºC ya acercándome a Bergen. Y ahí es cuando comencé a valorar las bondades del traje Streetguard 3 de BMW y su membrana Bionic Climate, que se adapta a la temperatura exterior para dejar más o menos ventilación: no pasé frío a 10ºC ni calor a 24ºC. Mención especial para los guantes ProSummer, también de BMW: dotados de Gore-Tex para que no entre ni una gota de agua. Y con un tacto que me permitía operar los minúsculos botones del GPS sin problemas. Pero lo mejor de los guantes es el pequeño accesorio de goma del dedo índice de la mano izquierda, similar a un limpiaparabrisas, que deja la visera absolutamente impecable: se acabó de tener baja visibilidad cuando llueve!

Mientras me acercaba al interior del país, la carretera se iba haciendo cada vez más revirada, con unas curvas muy divertidas si se instaura un ritmo ni rápido ni lento… sino legal: 90 km/h. El asfalto iba pasando alegremente bajo mis pies, a ritmo, mientras la moto y yo jugábamos con las curvas. Los ratos de sol se alternaban con los de lluvia, que aparecía de improviso tras un viraje, así de sopetón. Junto con el peligro de los renos -siguen habiendo señales cada dos por tres, pero de animalejos ni uno- y el de los radares, ahora tenía que estar atento al asfalto mojado, que aparece cuanto menos te lo esperabas.

Junto con las curvas aparecieron los primeros fiordos, e incluso las primeras nieves, que se amontonaban a pocos cientos de metros de la carretera. Miraba al cielo, y entre las amenazadoras nubes se iban rasgando algunos girones, mostrando un cielo de un azul intenso. De un “azul esperanza”, diría yo. Esperanza de que amainara la lluvia y me iluminara el siguiente punto de interés turístico de la ruta.

La Heddal Stavkirkke, la mayor iglesia de madera de toda Noruega, comenzaba a vislumbrarse entre un grupo de árboles. Y apareció el sol. Como para mostrármela en todo su esplendor. Su madera ennegrecida por los años, su elegancia, su olor… todo bañado por ese sol que tanto añoro… Rodeada por un tranquilo y gran camposanto, la Stavkirkke parecía ser el fruto de un entretenimiento de Dios que no sabía qué hacer un sábado por la tarde con unas cuantas cajas de cerillas.

Andaba yo absorto en esos pensamientos, caminando tranquilo entre las tumbas, cuando me sorprendió el tañido -bonita palabra- de las campanas, que anunciaban ya la 1 de la tarde. Y entonces, me vino el sobresalto. Miré el GPS, que anunciaba la llegada al final de la etapa, Bergen, a eso de las 10 de la noche… ¿Cómo podía ser? Si yo creía haberlo planificado bien… Un examen más concienzudo me llevó a comprender que el GPS no contemplaba la posibilidad de coger ferrys… Y precisamente hoy tocaba uno. Entonces, respiré tranquilo.

Continué mi ruta entre montañas y paisajes desolados, de esos que recuerdan a Escocia, con peñascos cubiertos de hierba y musgo, riachuelos vigorosos que saltan de piedra en piedra y algún que otro árbol desperdigado. Coincidí con otro motero, uno de esos con letras mayúsculas… Matrícula holandesa y… con una Triumph!! Emulando a Ted Simon y sus Viajes de Júpiter… dando la vuelta al Mundo con una Triumph… Obviamente, se mereció un gran saludo!

Ríos que se tornan lagos. Lagos que se tornan mar… Fiordos… Todos tenían en común ser el reflejo sereno de las montañas que los circundan. Cascadas que no cascan, sino que se deslizan suavemente por las rocas hasta llegar al fondo del lago… Todo esto se iba sucediendo camino a Bergen. El día, que ya no era radiante -hacía tiempo que ya no se veía el sol, y los ratos de lluvia eran cada vez más largos- estaba siendo de lo más gratificante. Ferrys y túneles de más de 10 kilómetros de longitud me llevaron finalmente a la costa noruega, y desde allí, en pocos minutos a Bergen.

Bergen, segunda ciudad noruega en tamaño, pero sin lugar a dudas la primera en encanto. Encanto de las viejas villas pesqueras, con sus casas de madera que resisten el tiempo casi impertérritas, quizá algo más inclinadas, como un venerable viejecito apoyado en su bastón. Un rápido paseo por sus calles más emblemáticas antes de que comenzara nuevamente la lluvia, y a descansar, que mañana me esperan los fiordos de verdad.

Hoy he recorrido 597 kilómetros (sin contar el ferry), en 8 horas 20 minutos, a una media de 69 km/h. El consumo medio ha bajado a 4.0 l/100km. Ya llevo más de 4500 kilómetros recorridos.

Y la ruta la tenéis aquí:

The Long Way North. Day 7


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Día 6. 29 de Julio. Oslo

Un día duro. Cuando bajé esta mañana al parking del hotel en Estocolmo ya lo sabía. Pero no hay vuelta atrás. El trayecto hasta Oslo iba a estar pasado por agua. Pero no pensaba que tanta!

Una primera parada a repostar y a revisar las presiones de los Metzeler Tourance EXP. Estaban algo bajas, teniendo en cuenta que voy cargado. Así que acabo de inflarlas y sigo ruta. El comportamiento de los neumáticos de momento es excelente. No he tenido ocasión de exprimirlos a fondo, pero la sensación en las frenadas y en el aplomo de la rueda delantera ha cambiado a mejor con respecto a los Tourance normales que montaba antes.

La primera parada es en Gripsholms Slott. Un castillo de los suecos, de ladrillo visto ennegrecido por los siglos. Grandes torres redondas asoman por encima de los muros exteriores. Se accede atravesando varios de sus patios interiores, pero la verdadera belleza del castillo se ve desde fuera, ya que está casi completamente rodeado por el agua del lago, lo que le confiere ese toque de belleza especial, incluso lloviendo como estaba.

Los kilómetros se fueron sucediendo bajo la lluvia uno tras otro. Cada vez hacía más frío; el termómetro de la BMW marcaba los 15ºC. En la próxima parada -pienso- me pondré el forro de la chaqueta. De repente, cuando ya tenía enfilada desde hacía tiempo la E18 que me llevaría directamente a Oslo, el GPS me indica que me desvíe, por una carretera. La perspectiva me parece interesante, porque estoy harto de autovía de 90 km/h, pero tuve que comprobar varias veces que la ruta propuesta es la buena. Vuelvo a tener el problema de la gasolina, pero esperaba encontrar algún lugar para repostar por la zona.

Y así fue. En un pequeño colmado con surtidor de gasolina pude repostar. Entré empapado al establecimiento donde una señora entradita en años me esperaba sonriente.

– Qué agradable día! -comenté con ironía.

– Sobre todo para ir en moto- me dijo ella, en la misma clave irónica.

– ¿Esta carretera lleva también a Oslo? -le pregunté.

– Sí- dijo. Y es mucho mejor que la autopista, sobre todo para ir en moto. Los paisajes son espectaculares. Cuando mi marido y yo vamos a Oslo en moto, siempre vamos por aquí.- me informó.

– Gracias! Aunque no creo que hoy los pueda disfrutar mucho.

Y tras ponerme el forro de la chaqueta y secarme mínimamente, continué camino por la carretera, fijándome primeramente en el culo de una reluciente Honda Goldwing que asomaba por la puerta del garaje contiguo al colmado.

Y agua, agua y más agua… Comenzaba a tener mucho frío. De hecho estaba tiritando e iba vestido igualito que cuando nieva en Barcelona… Debía de entrar agua por algún sitio, porque me notaba mojado. Quedaban más de 150 kilómetros para el hotel, pero parar sería peor. Además, las carreteras noruegas no tienen ni un mísero puente donde resguardarse. Así que, pasito a pasito, kilómetro a kilómetro, fui avanzando. Pensaba en que hace 6 días estaba en Barcelona y ahora estoy en Oslo, pensaba que un sueño que surgió de ver un programa de televisión y de un vistazo rápido a un mapa se estaba haciendo realidad… pasito a pasito. Y así llegué a Oslo, con la convicción de que cualquier cosa que se te ocurra puede hacerse realidad.

Ahora desde el Hotel Confort Runway, sentado en un comodísimo sofá, con unos grandes ventanales que dan directamente a la pista 01L del Aeropuerto de Gardermoen de Oslo estoy seguro de ello. Las penas pasan, la experiencia queda.

Hoy he recorrido 547 kilómetros en 6 horas y 35 minutos, a una media de 83 km/h. Velocidad máxima de 131 km/h y un consumo medio de 4,5 l/100km. Llevo en total 3934 kilómetros. La ruta de hoy:

The Long Way North. Day 6


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Día 5. 28 de Julio, Stockholm

Me desperté tarde. Hoy me lo merecía. Me hacía ilusión visitar Estocolmo, pero lo primero es lo primero, y tenía que descansar. La entrada triunfal que hice ayer en la ciudad con las últimas luces del día me empujaba a repetirla y grabarla en video. Pero la mini cámara que llevo dejó de funcionar, así que dediqué la primera hora del día (que para mí fue de 10 a 11 de la mañana) a comprarme una en el MediaMarkt. No es tan manejable como la otra, pero supongo que con un poco de velcro se aguantará… (esto presagia oscuras aventuras…).

Cuando llegué al centro de Estocolmo, a la Gamla Stan, lo ví claro. Era imposible verlo todo, así que dejé la guía en la maleta de la moto, me armé con mi cámara y comencé a andar, así “a pelo”. Lo que salga, saldrá. Y lo que me olvide de ver,… estará allí para la próxima.

Mientras camino voy pensando más en fotografiar esto, grabar aquello, o en cómo plasmarlo en cuatro frases… más que en disfrutar lo que veo. Esto me hizo reflexionar si vale la pena todo este montaje, o los viajes han de ser más… individuales. Y esa reflexión llegó tan adentro que me mareé. Me di cuenta que no viajo para ver cosas… Viajo para explicarlas, para fotografiarlas. Ese es el motivo del viaje, ser una musa, una fuente de inspiración que me haga ser mínimamente creativo y no tan… matemático. Es quizá el pensamiento más profundo en todo este recorrido… y precisamente lo he tenido mientras iba andando, y no mientras devoraba miles de kilómetros sin otra compañía que las líneas de la autopista -que tal como vienen se van- o Norah Jones susurrándome al oído.

En mi infancia me encantaban los libros, especialmente unos que tenía mi abuelo con fotos de las “Maravillas del Mundo”, como rezaba su título. Recuerdo que una de ellas era sobre WASA, la embarcación puntera de la marina de guerra sueca que se hundió en el mismo momento de su botadura -como le pasó a la carabela de la Expo de Sevilla con el Curro dentro- hace ya unos cuantos siglos. Pues esa embarcación se reflotó y está expuesta en un museo aquí, en Estocolmo. Me acerqué a verla, pero las inmensas colas me hicieron desistir. En su lugar, me tumbé en un parque cercano y me puse a leer los últimos capítulos del tercer libro de Millenium. Tiene gracia que tras muchos meses de lectura me acabe el libro de la Salander precisamente en Estocolmo. Son los regalos que te da el azar. Seguramente dentro de unos años no me acuerde ni de qué iba el libro, pero sí que se ambientaba en Estocolmo y que me lo acabé precisamente allí. Por cierto, me he dado cuenta de que hay muchas Lisbeth Salander en Estocolmo. O al menos visten como ella.

A media tarde, cuando cayó la primera gota de lluvia, me volví al hotel. Estaba cansado. Me cansa más andar 3 horas que ir 9 en moto… Me quedan muchas cosas por ver, pero no me importa. Este no era el viaje de Estocolmo. La ciudad se merece uno propio. Como dijo Terminator… “Volveré”. Además aprovecharé para descansar y para acabar trabajo acumulado. Porque hoy hay video. Es lo máximo que he podido hacer con la gracia que me caracteriza:

Hoy he hecho 51 kilómetros en 1 hora y 11 minutos, a una media de 42,5 km/h y un consumo medio de 4,5 l/100 km. La ruta la tienes aquí.

The Long Way North. Day 5


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Día 4. 27 de Julio, Stockholm

El día amaneció soleado y brillante. Radiante. A pesar del cansancio acumulado, daban ganas de ir en moto. La mayor parte de la ruta transcurría por carreteras generales, así que me desintoxicaría finalmente de tantos miles de kilómetros de autopista (y no es una exageración).

La carretera transcurría entre maravillosos bosques de coníferas, que rodeaban la cinta de negro asfalto como queriendo absorberla. El olor era limpio y claro, con ese perfume que te recuerda que la naturaleza está ahí para disfrutarla.

Los pueblos iban surgiendo cada pocos kilómetros, dispersos, con sus casitas de Pin y Pon de brillantes colores y nombres sacados del catálogo del IKEA. La carretera en unos primeros momentos me parecía maravillosa, hecha para disfrutar del paisaje y de ese sol que lo inundaba todo, aunque después de varias horas se iba haciendo monótona. Pero era caprichosa en cuanto a las limitaciones, ahora a 90, ahora a 70… ahora a 100… sin ton ni son, ni con una lógica concreta. En algunos momentos se tornaba autopista, y en otras se degradaba a simple carreterita provinciana. A veces tenía dos carriles, a veces uno, alternándolos con el sentido contrario, y siempre separados por unos intimidatorios -al menos para los motoristas- cables de acero.

Una sonrisa invadió mi rostro al ver la primera señal donde advertían de la presencia de renos. “Ahora sí. Ahora ya puedo decir que estoy en Escandinavia!”, pensé. La mítica imagen vista hasta la saciedad en fotos y foros moteros se hacía realidad en mi retina. Solamente queda ver los renos en directo.

La primera parada fue en Karlskrona, verdadera ciudad que vive de cara al mar, con diversos puertecitos de embarcaciones de recreo, y quizá -al menos en su casco antiguo- con más amarres que edificios.

Kalmar, otra ciudad agradable, como casi todas las que veo pasar rápidamente a través de mi casco. Presenta una gran plaza adoquinada, preservada en el tiempo, con edificios señoriales y una gran iglesia… y con WiFi. Allí aproveché para ponerme al día y tomar un ligero tentempié. Después, visita fugaz a su impresionante castillo a orillas del mar por la que es famosa la localidad.

Hacer 385 kilómetros con el depósito de la BMW es algo que hasta la fecha no había conseguido. Medias sostenidas de 90 km/h es lo que tiene, que consiguen consumos de hasta 4,1 l/100km. Genial; además de ver el paisaje -y olerlo-, voy ahorrando. Pero me estaba quedando sin gasolina, y hacía bastante tiempo que no veía señal alguna de gasolinera en la ruta. Así que decido desviarme -previa consulta al GPS- para encontrar una por las carreteras secundarias. Tras 15 kilómetros por unos paisajes aún más extasiantes si cabe, donde alternan bosques de abetos con lagos calmos que desdoblan la naturaleza reflejándola como un espejo, me encontré que la gasolinera lleva bastante tiempo abandonada. Eso supone otros 15 kilómetros de retorno y otra nueva búsqueda. Cuando me quedaban según el ordenador de a bordo 25 kilómetros de autonomía, finalmente encontré dónde repostar.

Los 150 kilómetros finales de autopista hasta Estocolmo se hicieron algo pesados. Finalmente llego al hotel, situado a las afueras de la capital. Un pedazo de 4 estrellas que de verdad es un 4 estrellas. Y a precio muy contenido. He de dar las gracias a Merche y al equipo de Barcelona que se pusieron las pilas -y de qué manera- para encontrarme esta maravilla de hotel.

Una ducha rápida y salí hacia Estocolmo a cenar. El GPS apenas sirve de nada ante tal cantidad de túneles que me encontré. Tras alguna que otra pérdida, me encontré la silueta de la ciudad recortada sobre una imponente puesta de sol. Puentes y túneles se iban sucediendo uno tras otro, dejando a un lado y a otro edificios señoriales, palacios e iglesias, puestos sin ningún orden ni concierto, como si estuvieran a punto de eliminarte en una imaginaria partida de Tetris. Cené como pude (a las 10 de la noche es tarea casi imposible) en un supuesto italiano, donde ni saben hacer salsa bolognesa ni saben lo que significa “al dente”.

Mañana no hay ruta. Mañana toca descanso y visita de esta perturbadora ciudad, que me fascina y me agobia a partes iguales. Fascinante lo que ví, pero agobiante… porque no sabré ni por dónde comenzar a visitarla.

Hoy han sido 754 kilómetros, durante 8 horas y 59 minutos, a una media de 84 km/h y una punta de -no se lo digáis a nadie- 132 km/h. La media de consumo fue de 4.5 l/100km. Y la ruta la tenéis aquí abajo.

The Long Way North. Day 4


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Día 3. 26 de Julio, Helsingborg

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Grises nubarrones se cernían sobre Hamburgo a la hora de partir, lo que me hizo pensar en que tendría un día lluvioso. Pero no fue así. Hoy abandonaba las autopistas alemanas y cruzando Dinamarca llegaría a Suecia, ya en la península escandinava. El viaje se hace algo aburrido, tanta autopista; tengo ganas de conducir por carretera, aunque sea a 90 km/h.

El último tramo de autopista alemana lo compartí con un gran grupo de moteros italianos, más de 15, que se extendían a lo largo de varios cientos de metros. Se desperdigaban, diría. Algunos iban lentos esperando a los rezagados, otros intentaban tirar con más ritmo… Los adelanté a todos continuando a 140 km/h, lo que me hizo pensar el lo largo que se hacen los viajes en grupo. Serán más divertidos (o no), pero seguro que has de calcular más tiempo del necesario para recorrer la ruta diaria.

Y por fin Dinamarca, tras un triste cartel indicador. Ni una sola caseta de aduanas abandonada. Nada. La autopista cambia, el color del asfalto es diferente, la velocidad está limitada a 130 km/h… pero el resto es igual. Conduzco ilusionado, ya que en unos pocas decenas de kilómetros me saldría de la autopista buscando un par de pueblos costeros a visitar. Antes paré en un área de descanso, donde tienen incluso una zona reservada para las motos!

El primer lugar que visité fue Bogense, un pequeño pueblo pesquero, tranquilo y coqueto, que no tiene ningún interés especial. Es el típico pueblo en el que no vale la pena pararse, pero en el que sí me quedaría un par de días para desconectar. Seguí hasta Odense, tercera ciudad en importancia de Dinamarca y donde supuestamente está la casa de Andersen, el de los cuentos. Y finalmente Kerteminde, con una calle que invita al paseo y con un sol de justicia que agradecí después de tanto nubarrón.


La autopista que conduce a Copenhague ha de saltar de isla en isla a través de puentes. El que une la isla de Fyn (donde se encuentra Odense) con la de Sjaelland (donde está Copenhague) es sencillamente espectacular. Incluso me pareció más que el de Oresund, que lleva hasta Malmö. Son kilómetros de columnas sobre el mar que te van elevando hasta llegar a un enorme puente colgante, situado a más de 125 metros sobre la superficie del mar. Impresionante. Durante su trayecto es interesante ver a multitud de gaviotas a pocos metros de mi cabeza, aprovechando el fuerte viento para permanecer casi suspendidas en el aire.

Antes de llegar a Copenhague coincido con dos italianos en sendas BMW (una GT y una GS1200) que se interesan por mi roadbook casero, viendo que llegaré a Helsingborg a través del puente de Malmö. Yo les pregunto en inglés por el destino de su viaje, pero por la cara del italiano veo que no tiene mucha idea de la lengua de Shakespeare, por lo que me paso a chapurrear italiano. En Roma me funciona, y consigo hacerme entender… pero el de la GS ni se entera. Al final por señas, y con un mapa, nos damos cuenta que vamos a hacer el mismo viaje casi calcado… Pero espero no encontrármelo muchas veces, porque la verdad que la conversación era casi nula. ¿Se me habrá olvidado mi italiano de supervivencia?

Y Copenhague… con un sol de tarde que la hace más bonita si cabe. En algo menos de 2 años es la tercera vez que la visito… y cada vez me gusta más. Tiene el encanto de las ciudades señoriales, elegantes y amables en la que los edificios de ladrillo viejo, oscurecido por el tiempo, te dan una acogedora bienvenida. No tengo mucho tiempo, así que busco el icono de la ciudad, la Sirenita (que por cierto, no había visitado en ninguno de mis viajes anteriores), y me doy cuenta de que debe de estar de vacaciones en algún balneario del Mediterráneo, porque en su lugar veo una especie de andamios. O le habrán cortado otra vez la cabeza? Sin más, me dirijo a Nyhavn, otro de los símbolos de la ciudad, y que a mí particularmente me encanta. Allí coincido con dos parejas de italianos entraditos en años que deben de haber bajado de alguno de los cruceros que recorren estas tierras. Me acribillan a preguntas. Al contrario que mi anterior experiencia linguística, esta vez nos entendemos todos a la perfección, lo que me hace pensar que los moteros debían de ser de una extraña región italiana que habla con acento extraño.

– ¿Y dónde vas?- me preguntan.

– Al Cabo Norte- respondo.

– ¿Tú solo?- se interesa una de las mujeres.

– Claro que va solo!- suelta el marido -Es como mejor se va. Le envidio. Después de 30 años contigo estoy seguro de que como mejor se viaja es solo.

Aunque las dos parejas rompieron a reír sonoramente, yo no quise

ser motivo de un divorcio, así que sonriendo yo

también comencé a guardar la cámara, no sin antes aprovechar para que me hicieran una foto.

Y tras pasar el puente de Oresund llegué a Suecia. Malmö, que ya visité hace unos meses, no tiene excesivo encanto a no ser por el enorme y alucinante edificio llamado “Turning Torso”, de nuestro internacional arquitecto Calatrava. Estrecho y alto, esbelto. Los metales blancos (no podría ser de otra forma viniendo de Calatrava) se retuercen grácilmente, como si una mano invisible lo haya intentado desatornillar del suelo.

Continué la ruta hasta Helsingborg, a unas decenas de kilómetros de Malmö. Allí encontré el hotel que había reservado. Uno cutre, de autopista, pero ya me habían advertido de lo difícil que era encontrar alojamiento por la zona, así que me di por satisfecho. Después de cenar en la cercana localidad de Angelholm, y de vuelta al hotel, pude contemplar cómo se ponía el Sol casi por el norte, mientras que la Luna llena comenzaba a salir casi por el sur.

Hoy he recorrido 708 kilómetros en 8 horas, a una media de 88 km/h. Ya llevamos más de 2500 kilómetros. Mañana, Suecia y Estocolmo. Hasta ahora el viaje era un simple traslado. A partir de mañana la cosa cambia. Comienza verdaderamente EL VIAJE.

Y la ruta, aquí, como siempre:


The Long Way North. Day 3


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Día 2. 25 de Julio, Hamburgo

Hasta que no haces las cosas al menos dos veces, no sabes realmente lo que estás haciendo. Si no es un proverbio chino, poco le falta; de hecho, la frase me la acabo de inventar. Y es que el día de ayer puede ser duro o no… depende de con qué lo compares. Y después de la ruta de hoy estoy en disposición de afirmar que el día de ayer fue duro, sí. Tanto que esta mañana tardé mucho en levantarme. Pero a eso de las 11 ya estaba otra vez metido en faena. Hoy entraría en Alemania y la atravesaría por esas míticas autopistas sin límite de velocidad.

En otro viaje anterior, también digno de ser contado, donde coincidí con una pareja de biólogos expertos en ornitología, aprendí que los pájaros más inteligentes eran los córvidos (cuervos y familia, vamos). Me dijeron que era muy difícil ver a un cuervo atropellado en una carretera. Y hoy he comprobado cuánto de cierto hay en esta afirmación, que a primeras luces me pareció gratuita. Al contrario de lo que suele pasar con gatos, perros, ardillas y otros mamíferos, que cruzan la carretera despistados o con prisas, un cuervo ha atravesado una autopista alemana a saltitos… mirando y esquivando los coches que venían. No deja de ser un hecho sin importancia, pero a mí me ha sorprendido. Por eso os quería hacer partícipes de esta pequeña anécdota.


Pero vamos al tema central del día. ¿Es cierto que las autopistas alemanas no tienen límite de velocidad, o es una leyenda urbana? Es cierto que se escribe mucho del tema, e incluso yo mismo he leído varios blogs al respecto. Pero hasta que no lo ves con tus propios ojos no das crédito. Lo normal en el día de hoy era ir por el carril central a 160 km/h según el GPS y que los coches te pasaran por el carril de la izquierda calculo que a 230 o 240 km/h. En serio. Cierto es que no toda la autopista está sin límite, sino que en determinadas zonas donde el asfalto está tirando a mal (de hecho TODA la autopista tiene peor asfalto que en España), o cuando aparece una incorporación, la velocidad está limitada a 120 km/h o incluso a 100 km/h durante unos breves kilómetros. Pero es fácil encontrarse tramos de 20 o 30 km sin ningún tipo de restricción. Y para nada es peligroso. Todo lo contrario. Los vehículos respetan estrictamente lo de conducir por la derecha, por lo que dejas de encontrarte el mayor peligro de la autopista: el despistadillo que va a 120 km/h por la izquierda. O peor aún… el inseguro que va a 100 km/h por el centro… porque así no tiene que adelantar camiones… pero obligando a ocupar el carril izquierdo al que viene detrás.

Quizá lo más alucinante de todo no es ver a los Audi o BMW a 250 km/h, sino que cuando aparece el cartel (pequeñitos, por cierto) de limitación de velocidad, todos (y cuando digo todos quiero decir TODOS) se ponen obedientemente a 120 km/h. Como en España, vamos.

He probado de ir algunos kilómetros realmente rápido, pero a partir de 170 km/h (que continúa siendo legal, repito) comenzaban unos bamboleos preocupantes, sin duda debido al reparto de pesos contra natura que obligan las maletas laterales. Así que nos hemos tenido que conformar con cruceros de 140 – 150 km/h sin tener que preocuparme del velocímetro.

La parada a desayunar ha sido curiosa. Allí he coincidido con una pareja de holandeses (bueno, no sé si son pareja o madre e hijo, según la diferencia de edad), cada uno con una moto, que venían de Italia y los Alpes. Me preguntaban hacia dónde iba, porque les parecía extraño que fuera al Cabo Norte (como así reza la inscripción de la maleta) yo solo. Les he sacado de dudas, y hemos comenzado a hablar de la ruta a realizar y de la moto. Han sido unos minutos agradables. Y es que el ir solo te obliga a interaccionar con humanos siempre que puedes…

El día ha transcurrido entonces entre colinas doradas recién peinadas para recoger el cereal, salpicadas aquí y allá por pequeños bosquecillos verdes de pinos bajos. Un paisaje agradable y bucólico, pero que acaba siendo ciertamente monótono después de algunos kilómetros. La primera parada importante ha sido en Frankfurt, donde he dejado la autopista para visitar brevemente el centro de la ciudad, famosa por sus modernos rascacielos que combinan perfectamente con las casas bajas, de ladrillo oscurecido, que esperas encontrarte en cualquier ciudad norteña. Era mediodía, y creía que al ser domingo iba a encontrar bullicio por las calles, pero nada más lejos de la realidad; en algunas zonas parecía ciertamente una ciudad fantasma.

Hasta Hamburgo he tenido que sufrir algunas retenciones, muchas veces debidas a obras en la autopista, que señalan con un smiley 🙂 de colores, comenzando con el rojo y la señal 🙁 cuando quedan 15 km de obras, pasando por distintos tonos de naranja y amarillo para acabar con un 🙂 en verde cuando acaban las obras. Ciertamente curioso. En una de esas retenciones he podido ver a un niño que me miraba con curiosidad con la nariz pegada al cristal trasero de su coche. Unas ráfagas y un saludo con la mano ha sido suficiente para que emocionado se lo dijera a su padre, que conducía un ostentoso Mercedes. Me he querido imaginar a ese niño dentro de unos años montando las maletas de aluminio de su BMW para realizar un viaje hacia el sol de España, motivado porque cuando era niño un motero le devolvió el saludo. Y es que el ciclo de la vida continúa…

Y finalmente Hamburgo, a la que ya he bautizado (aunque solamente la he disfrutado un par de horas) como la ciudad emuladora: quiere imitar a Ginebra con un chorro de agua en uno de sus canales, pero no tiene la elegancia del suizo; quiere jugar a ser Berlín con iglesias destruidas por la Guerra, pero no tiene la majestuosidad de la de Wilhelm berlinesa. Conjuga zonas modernas con edificios señoriales casi prusianos, pero no me ha dejado muy buen sabor de boca. Aunque soy consciente que no le he dado muchas oportunidades. Para ser domingo a las 7 de la tarde, hora que en España tendríamos a toda la gente en la calle, en Hamburgo había poco bullicio, e incluso en algunas zonas casi parecía que yo era el único habitante del planeta, cruzando por en medio de grandes avenidas totalmente desiertas. Igual es que están todos los alemanes en Mallorca. Una cena a base de carne con cebolla y una copa de vino Riesling han puesto el broche de oro a una jornada que me ha parecido descansada,… siempre que la compare con la de ayer. Los datos de la jornada:

7 horas justas en movimiento, para hacer 731 km en total, a una media de 104 km/h, y una velocidad máxima de 169 km/h -legal en Alemania-. Todo esto con un consumo algo menor que el de ayer: 5,4 litros a los 100 km/h. Y lo mejor de todo, que me veo capaz de repetirlo mañana. Y pasado. Y el otro.

Aquí tenéis la ruta:

The Long Way North. Day 2 at EveryTrail

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Día 1. 24 de Julio, Strasbourg

No me digáis cómo. Pero llegué. Un día de contradicciones toca a su fin, y estoy demasiado cansado como para balances profundos. De momento el balance es éste: 10 horas y un minuto con la moto en movimiento, para hacer 1137 km. No se ha de ser muy listo para calcular una media de 113,7 km/h. Consumo de 6,1 l/100km. Balance realizado.

Un día de contradicciones, decía. El placer de sufrir en la carretera, el sorprendente frío del verano, o el viaje en solitario acompañado son algunas de ellas. Pero quizá comencemos por el principio.

Las 6.30 de la mañana, tras unas 4 horas de sueño, que a primera hora ya se me antojaban escasas para tan magna aventura con la que el día me recibía, me levanto con el corazón palpitando. Es la primera vez que noto cierto nerviosismo por el viaje; quizá antes no haya tenido tiempo. A las 7.00, puntual como un reloj aparecía mi primo para despedirme, ayudarme a estibar la carga y hacerme alguna fotillo. No es hasta las 8 que no salgo del parking con la desagradable sorpresa de saber que la cámara de video ha dejado de funcionar como por arte de magia… Pero no me sorprende. Lo que sí que realmente me sorprende, y muy gratamente es encontrarme con todos mis amigos moteros que han venido a despedirme. Todos. Bueno, todos los que han podido venir. Pero vamos, como si fueran todos. Tras la cara de estupor llegaron las fotos para el recuerdo. Y segunda sorpresa: me acompañan hasta la frontera francesa. Genial! Así que a eso de las 8.20, algo más tarde de lo previsto, 8 motos comenzamos mi particular larga ruta hacia el Norte.

Repostajes de máquinas y pilotos me dejan en Le Village Catalan por primera vez solo ante el asfalto a eso de las 11 y pico de la mañana. Con casi todo por delante. El viento es mi único compañero, además de Pérez Reverte, que se empeña en explicarme “El pintor de batallas” por los auriculares. Pude realizar unos primeros relevos de casi 300 kilómetros, que es lo que viene durando el depósito de la BMW F800GS con las maletas y con ese viento en contra. Más adelante tuve que aumentar la frecuencia de paradas, en aras de mantener el riego sanguíneo en… la parte del cuerpo que se apoya en el duro sillín.

Las enormes caravanas que se forman en los peajes franceses impiden mantener el ritmo que me impone el GPS para llegar a una hora prudencial al final de etapa. El viento, que me acompañó hasta pasado Lyon, tampoco ayudó a recuperar el tiempo perdido. Y el frío tomó el relevo del viento, llegando a ver la interesante cifra de 13ºC (interesante para el mes de Agosto, claro) cerca de Mulhouse, donde hago la última parada para repostar y cenar una hamburguesa congelada directamente calentada en la plancha. Exquisiteces de la cocina francesa.

Y finalmente, a las 11 de la noche consigo llegar al Premiére Classe de Strasbourg. Exquisiteces de la hostelería francesa.

REFLEXIONES del primer día:

– Qué pasa con mis tarjetas de crédito en Francia? Es el único lugar donde repetidamente me da error la VISA. Me ha pasado en múltiples gasolineras e incluso en el hotel. Al final he tirado de VISA Electron.

– ¿Por que siempre me parece que los franceses pasan de mí? ¿Es normal que a un francés le traigan el plato a la mesa en el self-service mientas que yo tenga que ir a recogerlo una vez preparado?

– ¿Por qué durante mi infancia me parecía que dominaba el francés porque sabía que “Yogur” se escribía “Youghourt” a base de verlo en el luminoso de Danone de la Diagonal, y ahora descubro que los franceses le llaman “Yaourt”?

Bueno, voy a ver si descanso algo, que creo que mañana también me toca ir en moto. De momento, os dejo el track de la ruta.

The Long Way North. DAY 1


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Gentlemen, start your engines!

Un día. Eso es lo que pone en la cuenta atrás del blog. Habrá que hacerle caso. Antes de partir quedan algunos flecos por solucionar. Entre ellos, éste:

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Al Director Técnico.

Al Mánager.

A los que leen el blog.

A los que han oído hablar de él pero aún no lo leen.

A los que he repasado haciendo curvas en moto.

A los que han intentado repasarme.

A todos mis amigos de las motos.

A todos los que van en moto, aunque no sean mis amigos.

A la gente que ME EN_CAN_TA.

A las personas que sufrirán por mí.

A las personas que tendrán envidia sana.

A los que me preguntan por el viaje en los pasillos del trabajo.

A los que se preocupan por cómo lavaré mi ropa interior.

A los que han ido alguna vez al Cabo Norte.

A los que están yendo al Cabo Norte.

A los que salieron a dar una vuelta.

A los patrocinadores.

Al resto de mi familia.

Al resto de mis amigos.

A la Coca Cola, por darme la idea.

A vosotros,

GRACIAS!

Gracias por soportarme todos estos meses.

Gracias por interesaros por el viaje.

Gracias por sufrir.

Gracias por desearme suerte.

Gracias por acompañarme.

Porque como dicen en las 500 millas (qué poquita distancia) de Indianápolis, “Gentlemen, start your engines!” ARRANCAMOS!!

NOS VAMOS. PONEOS EL CASCO, tenemos mucho camino por delante!!

Preparando el retorno: Cabo Norte – Barcelona


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Retorno épico. Los días se acortan cuanto más al sur me encuentre… Y sobre el mapa esos días se me antojan cortos, aunque el contador de kilómetros diarios me da vértigo. 
Ya tengo fecha de salida, el sábado 24 de julio. Y eso quiere decir, que con toda la ruta programada, tendría que tener fecha de regreso: 18 de agosto. 26 días encima de la moto. Para quererla o para odiarla, eso está por ver. Serán unos 14.000 kilómetros, 2.000 más de los previstos, a una media de 590 kilómetros diarios, si descuento el par de días de descanso (previstos en Helsinki y en Tallinn). Demasiados? El tiempo lo dirá. Despliego el mapa y observo: De Barcelona a Bali en línea recta no llegan a 13.000… Bufffff…. Las comparaciones son odiosas…
Los Países del Este bien merecerían un viaje para ellos solos, y si mi relación con mi querida BMW no se trunca tras tantos kilómetros con ella, podría ser un próximo destino. Pero ahora el tiempo apremia y el turismo ya está hecho en Noruega. Así que (con ligeras licencias) este será un retorno a tiro hecho.  He planificado paradas indispensables en las capitales bálticas, en Cracovia, Bratislava y Budapest. Así, recorreré Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Eslovenia, Italia y Francia, para regresar nuevamente a España. Junto con los países de la ida, serán 16. Un buen ramillete. Me cabrán todos los escudos pegados en las maletas?

Preparando la segunda parte: Estocolmo – Cabo Norte


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Grandes dilemas han pasado por mi cabeza durante la planificación de esta parte del viaje, quizá la más importante. TheLongWayNorth no es simplemente un viaje en moto, de carreteras reviradas y experiencias moteras, sino que quiero compaginarlo con cierto contenido turístico y sobre todo fotográfico. Sé que es difícil contentar por igual a todas esas partes de mi: la motera, la fotógrafa y la viajera, pero he intentado llegar a un equilibrio, que si bien no es perfecto, creo que satisfará todas mis ambiciones.

Por eso la subida hasta Cabo Norte la realizaré por Noruega. Muchas ruteros prefieren subir lo más rápidamente posible, para cumplir el objetivo sin sorpresas, y bajar haciendo turismo por los fiordos. Pero mi regreso está previsto por otro lado, por los países del Este (es la parte que me falta planificar, y la que me entusiasma realmente… sin desmerecer los fiordos!),  así que mi viaje al norte será realmente largo y revirado, atravesando Noruega de sur a norte.
Oslo, Bergen, los fiordos del Sur, el glaciar Jostedalsbreen o las Islas Lofoten están dentro del trayecto. En total, desde Estocolmo serán -siempre que se cumpla la planificación, cosa que no tengo nada claro- 9 jornadas hasta Nordkapp. No hay descanso, excepto el día que pasaré en las Lofoten, en el que solamente recorreré unos 250 km. 
La jornada más larga serán casi 590 kilómetros de carreteras reviradas -ahora encontrar una autopista es misión imposible,… y aburrida-. Me he dado cuenta que en Noruega las jornadas no hay que planificarlas por kilómetros, sino por tiempo… ya que depende qué carreteras se tienen que recorrer extremadamente despacio, y además los ferrys te trastocan toda la programación. Así, tengo previsto una media de 8 horas diarias de conducción real, siendo alguna de ellas hasta de 9 horas y 45 minutos. Intentaré madrugar, sobre todo en estas etapas maratonianas, aunque la gran cantidad de horas de sol de las que dispongo en esta época del año seguro que me ayudarán a concluir alguna jornada que otra. A esto hay que sumarle que no tendré alojamientos reservados, y no es plan de buscarlos a eso de las 9 de la noche en un país escandinavo, donde supongo que los horarios no son como en España.
A decir verdad, lo que más me preocupa es aguantar día tras otro este ritmo… Pero sin dificultades,  los retos y las aventuras dejan de serlo. La satisfacción de realizarlos es directamente proporcional a las dificultades encontradas.
Como vengo haciendo, ahí arriba tenéis el mapa. Y aquí el rutómetro más detallado.
Por favor, si has estado por la zona y me quieres dar alguna recomendación en vistas de la ruta prevista, no dudes en dejar un comentario. Me irá de fábula!