Archivo de la categoría: Balcanes

LRB. Etapa 5. Mostar. Los fantasmas de la guerra

Un Passat azul. Llegó como una exhalación desde atrás. Yo iba a un ritmo tranquilo, pero a pesar de que le hubiera sido muy fácil adelantarme, no lo hizo. Llevaba ahí detrás un buen rato, demasiado para mi gusto. Si un coche que viene más rápido que tú te alcanza pero no te adelanta cuando puede, es signo inequívoco de que le interesas. Para bien o para mal. No necesitaba repostar, pero bruscamente hice un movimiento evasivo metiéndome en la gasolinera. Miré por el retrovisor. El Passat azul también paró.

A los pocos kilómetros de salir de Sinj, comenzó el ascenso. Al final del pequeño puerto de montaña se halla la frontera con Bosnia y Herzegovina. Ya entramos en Bosnia el año pasado sin ningún problema, pero me seguía poniendo nervioso tener que hablar con gente armada, en un país donde hace muy pocos años se iban pegando tiros unos a otros. Paradójicamente la mujer policía de la garita croata se entretuvo con mi documentación mucho más que el hombretón bosnio.

De lo primero que me di cuenta al entrar al país es que mi GPS había dejado de mostrar carreteras, aunque él se empeñaba en buscarlas infructuosamente. Rápidamente dejé de hacerle caso. Realmente solo lo llevo para tener una idea de la hora de llegada, y saber si me puedo entretener más o menos. Hoy era una etapa corta, así que no lo necesitaba para nada, me bastaría con el mapa Michelin y mi roadbook.

Iba despacio, mirando a todos lados y empapándome de lo que veía. Comenzaban a verse mezquitas, con sus altos y esbeltos minaretes. También observé diversos montones de paja cubiertos con enormes telas de camuflaje: la economía de postguerra te hace aprovechar cualquier cosa. El paisaje era alpino, no en vano estábamos a más de 1000 metros de altura, con unas anchas y verdes praderas salpicadas muy de vez en cuando con algún árbol.

Y así fue transcurriendo el corto itinerario. En Jablanica cogí la carretera a Mostar, que discurre al lado del río, que se va ensanchando al acercarse a alguna de las presas de su recorrido. Me deleitaba mirando el paisaje, viendo cómo las escarpadas montañas se hundían en el agua de un verde… de un verde extraño. Deberé pedirle consejo a McBauman para que me defina ese color. Unos cuantos puentes y kilómetros más y entré en Mostar.

No, no me olvidaba del Passat. Paró en la gasolinera, si. Me pude fijar en la matrícula. Serbia. Del coche descendió un hombretón de unos cincuenta años y de casi dos metros de alto por dos de ancho. Mostacho poblado y pelo corto al estilo militar. Cruzamos las miradas durante un instante, quizá casi un segundo. De pronto, entró en la gasolinera y pidió tabaco. Pagó con un billete de 200 euros, de esos amarillos que nadie ha visto. Casi a la par, yo sacaba mi VISA Oro para pagar la gasolina. Mientras esperaba que se marchara, unos hilillos de sudor me bajaban por la espalda. Era, con total seguridad, un fantasma de la guerra.

En Mostar llegó el caos. Intentad buscar un hotel, en una ciudad extraña y sin GPS. Lo dicho, el caos. Tras unas infructuosas vueltas por el centro, decidí preguntar en un chiringuito de información al turista. Muy poco oficial, la verdad. No dejaba de ser un pequeño mostrador en medio de la acera con un mapa detrás. Me atendió Fabio (o algo parecido) en un español más que correcto. Al indicarle el nombre del hotel, vi cómo asentía y bajaba una de mis estriberas traseras.

– Yo te indico. Arranca – espetó mientras se montaba.

– ¡Pero si no llevas casco! – le advertí.

– Pues no corras – me dijo.

Y así, poco a poco, me fue llevando por calles peatonales, calles en contra dirección y aceras muy concurridas. Una vez llegamos al hotel, me dijo:

– Ahora ya sabes ir. Por favor, llévame donde estaba.

Así que intentando memorizar el camino, volví a dejarlo en su chiringuito. Ahora ya sabía ir.

Yo recuerdo la guerra de los Balcanes. Recuerdo las noticias de la noche con imágenes de muerte y destrucción. Recuerdo a Pérez Reverte como reportero de guerra. Y me parecía lejano. Pero ahora puedo decir que está solo a 4 días en moto. O a dos horas en avión. Todos esos recuerdos se me agolparon en la mente mientras veía casas y más casas derruidas. La mayoría sin tejado, pero conservando las cuatro paredes. Unas paredes llenas de agujeros como marcadas para siempre. Me sobrevino una mezcla de curiosidad y pudor a la hora de intentar fotografiarlas. Curiosidad por el desconocimiento sobre la guerra y sus secuelas. Pudor porque al verme con la cámara en mano, algún lugareño deje de pensar en la cotidianidad de los agujeros de bala de su casa para darse cuenta de que son excepcionales. Excepcionalmente macabros. Los fantasmas de la guerra.

Balcanes 5


EveryTrail – Find the best hikes in California and beyond

LRB. Etapa 4. Sinj. El valle escondido

Faltaban las últimas curvas. Derecha, izquierda y comenzó a aparecer detrás de unos abetos. Imponente pero modesto. Coqueto pero altivo. Entre las dos montañas rebosantes de miles de árboles apareció un valle sin nombre. Un valle solitario y desértico. No esperes ver a nadie, porque por allí nunca pasa nadie. Es el valle escondido.

Las salidas de las ciudades son siempre traumáticas. Abandonar Rijeka no fue la excepción. Alejándome de las autopistas di casi sin querer con la primera joya del día. Se llama Bakar y es una pequeña población costera, encajonada entre montañas y autovías, que reposa en una tranquila lengua de mar. Ajena a su bulliciosa vecina, aquí para sus habitantes la vida discurre entre los aperos pesqueros esparcidos por el pequeño muelle y las mesas mugrientas de las terrazas de sus dos bares. Parecía que el tiempo se haya parado, aunque el murmullo de las autopistas que pasan algunas decenas de metros más arriba, me devolvió a la realidad.

Los primeros 150 kilómetros transcurrieron por la carretera 8, que va dibujando meticulosamente toda la costa croata. Islas como Krk rompen el horizonte azul istriónico (ya os hablé de ese azul, verdad?) con un paisaje sorprendentemente desértico y árido. Contemplar este paisaje tan mediterráneo te abstrae completamente de la carretera, que una curva tras otra se empeña en que le prestes atención.

A poco de llegar a Karlobag adelanto a una moto holandesa con dos personas y atiborrada de bultos y sacos. Pero la vista se me va a una pequeña pegatina que luce orgullosa en una de las maletas. La mítica Ruta 40 argentina. La de kilómetros de experiencia que acumulan esos dos afortunados! Les saludé efusivamente. A poco, una BMW R1200R se me pega a la cola incitándome a estrujar mi GS. Por unos kilómetros olvidé las extasiantes vistas y me centré en disfrutar de la carretera. Volamos los dos trazando alegre las curvas que nos quedaban. Adrenalina!

Conforme iba escalando las montañas costeras, el horizonte azul se llenaba de islas y más islas que salían una detrás de la otra, quizá temerosas de ser descubiertas. En la última curva, casi a 900 metros de altura, miré por el retrovisor para decirle adiós a un mar que nunca defrauda.

En pocos metros el paisaje cambió por completo, y de los ligeros bosques mediterráneos pasé a un escenario genuinamente alpino. Abetos, laderas de hierba, picos escarpados… Refrescó ligeramente, cosa que agradecí, desde luego. Ya lejos de la Croacia de postal, comenzaba a encontrarme con la realidad que buscaba. Fuera del maquillaje de la costa croata, de sus pueblecitos restaurados y remozados, existe otra Croacia que aún conserva las cicatrices de una guerra cercana. En Buni? comencé a ver casas con los tejados destrozados, salpicadas de impactos de bala y metralla, e iglesias completamente derruidas. Y sus gentes, ya acostumbrados a la cotidianidad de los recuerdos, viven su vida sin importarle unos cuantos agujeros en sus fachadas.

La carretera entre Korenica y Danji Lapac es todo un catálogo de curvas. De todo tipo. Abiertas, cerradas, peraltadas, enlazadas, parabólicas… Con asfalto liso pero con poco grip. Y sin tráfico. Aún así mejor no animarse mucho, porque a la primera de cambio puedes encontrarte un ciervo como el que se me cruzó a unas decenas de metros, huyendo asustado. Naturaleza!!

Cuando las curvas comienzan a desaparecer tras atravesar otra cadena montañosa cercana, el horizonte se ensancha sobremanera, rebosando por los cuatro costados de lo que abarca tu mirada. Es el valle escondido. En ese momento, mi cabeza le pone la banda sonora perfecta. Soy Robert Redford -aunque desgraciadamente esta vez sin Merryl Strip- a los mandos de un biplano sobrevolando las estepas africanas en Memorias de África. Música melosa y dulce que retumba en mi casco mientras bajo hacia el valle. Una vez allí, una señal me alertó de los baches y socavones de la carretera, limitando la velocidad a unos exiguos 20 km/h. Ni que decir tiene que la moto voló sobre ellos a casi 100km/h sin rechistar. Para algo tengo una GS.

Poco después, al pasar Druvno, el valle desaparece, sin que sepa realmente dónde ha ido. ¿Existió realmente? ¿Fue solo producto de mi imaginación? Sea como fuere la carretera comenzó a descender a alturas más normales, y el calor fue apareciendo nuevamente. Buscando el castillo de Kastel Zegarski me encuentro con una población prácticamente fantasma, destruida casi por completo. Solamente una señora mayor, de las de pañuelo en la cabeza, descansa en una silla a la puerta de su casa. Seguro que a lo lejos, aún puede oír el sonido de los morteros y las bombas.

La carretera desapareció mientras buscaba Ervenik. Una pista suave, ancha y fácil la sustituyó. Diversión después de tantas curvas asfálticas. Tras 15 o 20 kilómetros, la moto vuelve a tener un color terroso de los que te hacen dibujar una sonrisa. Hasta Sinj poca cosa más. Los últimos 30 kilómetros se hicieron duros. Ya habían pasado más de 450, entre una tontería y otra, en casi 7 horas encima de la moto.

En definitiva ha sido un día redondo. Fantásticos paisajes, carreteras de todo tipo, valles escondidos descubiertos… Y es que cuando nada esperas, todo lo que te encuentras es un auténtico regalo.

Balcanes 4


EveryTrail – Find the best hikes in California and beyond

LRB. Etapa 3. Rijeka. Azul istriónico

Hay momentos en los que de pronto la vida pasa como a cámara lenta. Y ese fue uno de ellos. Desde que oí el chirriar del neumático delantero supe que la cosa no iba bien. No iba muy rápido, a 30 o 40 km/h, pero no contaba con que a un loco ingeniero croata se le ocurriera poner un paso de peatones en mitad de la curva. La dirección comenzó a cerrarse con la moto cada vez más inclinada. La cosa no pintaba nada bien…

Salí del hotel con el indicador de gasolina a cero. Pero a cero de verdad. Cero kilómetros. Nada. Afortunadamente la BMW me tiene acostumbrado a darme un respiro en estas situaciones, por lo que iba tranquilo hacia la primera gasolinera que encontré. Pagar 1,870€ por litro supuso llenar la moto con casi 40€ de gasolina!! Hace unos años -no muchos- con eso llenaba yo el coche. Después del sablazo me dirigí hacia Eslovenia. Es el tercer año consecutivo que paso por este país, y lo que más recuerdo siempre son las enormes caravanas que se forman por cualquier motivo. Hoy tocaban obras.

La primera parada fue en Piran, pequeño pueblecito costero donde solamente dejan pasar vehículos locales o motos. Estrechas callejuelas se abren paso entre las casas puestas casi sin ton ni son, desde una plaza sorprendentemente grande. Tan grande que podría llegar a desentonar. Allá a lo alto, el picudo campanario de la iglesia lo domina todo. El pueblo acaba a ras de agua. Muy a ras, tanto que tuve que tener cuidado a la hora de elegir por qué lado bajar de la moto, no vaya a ser que la tontería acabe en un chapuzón inesperado.

Croacia tiene unas costas estupendas. Paisajes de ensueño, donde el verde de las montañas se besa con el azul del Adriático. Pero playas de segunda. O de tercera. Sin arena, los bañistas aprovechan cualquier roca plana para tumbarse cerca del mar. En la antigua Grecia se designaba con el nombre de “histrión” al actor que aparecía disfrazado. No se yo si es que el primero venía de estas tierras (que en croata se escribe “Histria”, con “h”, o de la auténtica ciudad de Histria, en Rumanía. Sea como fuera, da igual. No he podido comprobar si los croatas de Istria son o no son histriónicos, ya que todo lo que abundaba en los pueblos costeros eran guiris -españoles incluidos-.

El paisaje de toda la península es muy similar al resto de Croacia, que ya vi el año pasado. Y tiene ese aire familiar que me gusta, muy mediterráneo. Ya sabes… de Algeciras a Estambul pintando de azul… De bosque en bosque, hay momentos que la carretera te regala cuatro curvas a ras de Mediterráneo. Esas visiones dibujaban una sonrisa en mi rostro, ya que llevaba algo más de cien kilómetros y ya estaba algo cansado. Y es que los terceros días son los peores. Es cuando realmente me aparece el cansancio de la paliza del primer día, penalizada por no haber podido descansar el segundo. Lo mejor que tiene es que al cuarto día todo esto ya es historia. Ya puedes estar cinco o cincuenta días de viaje. El cuerpo, comienza a acostumbrarse. Y mejor que sea así, que mañana toca día duro.

En una de las frecuentes paradas, cojo mi Moleskine roja que estrené para el viaje a Estambul del año pasado con Belén. Leo alguno de los pasajes rememorándolo todo casi con pelos y señales. Y me entristezco. Uno de los alicientes del viaje es compartirlo, por ejemplo en este blog. Pero lo realmente gratificante es compartirlo en primera persona. Pero en este viaje no es así. Añoro a Belén. 

Al planificar mi viaje por la península de Istria quise pasar por los accidentes geográficos que me parecían más interesantes, como afilados cabos o recónditas ensenadas. Pero sirva esto como aviso a futuros aventureros. No se pueden visitar. La gran mayoría de ellos están ocupados por macrocampings que impiden el paso con intimidatorias barreras. Así que desistid en vuestro empeño de llegar a estos cabos, simplemente no se puede.

Otro de los consejos es que cuidado con el asfalto. Ya me había avisado la BMW saliendo de algún stop, donde la rueda trasera comenzaba a deslizar casi desbocada, a pesar de haber abierto muy poco el gas… Por eso pasó lo que pasó. Un paso de peatones en curva, y una chica con una colchoneta playera a punto de cruzar. Toco suavemente el freno delantero y oigo quejarse al neumático. Como si de una película a cámara lenta se tratara, noto cómo se cierra la dirección y la moto cae hacia el lado izquierdo. Pero de algo tienen que servir mis -pocos- años en los circuitos. Sangre fría, suelto el freno, cierro aún más la dirección para que el efecto giroscópico -y el brazo de palanca- levante la moto, y patadón al asfalto con el pie izquierdo. Y salvé la caída. En ese momento sonreí. Por enésima vez, acababa de ahorrarme los 2000€ del ABS que no instalé. Solamente hay que saber “leer” el manillar. Y tener sangre fría. Y algo de suerte.

Pula. Sabía que tenía que pasar por ahí, aunque no recordaba por qué. Miles de guiris, colas a la entrada del pueblo, policía,… Pero ahí me encontré la gran sorpresa del día. Un pedazo de anfiteatro romano que -casi- podría hacer palidecer al propio Coliseo romano. En serio. Potente!

Y tras Pula, enfilé hacia el norte, en busca de Rijeka. Parte por pistas fáciles, aunque en algunos momentos tenían demasiada grava suelta para mi gusto. Y pasé del túnel, más directo y soso. La costa este de la península, a esta hora del atardecer, proporciona unas vistas del Adriático imponentes. Con un azul insultante. Azul istriónico.

Balcanes 3


EveryTrail – Find trail maps for California and beyond

LRB. Etapa 2. Trieste. Expidiendo un autocertificado

Era una gran incertidumbre, si. Han sido los 16 kilómetros más largos de lo que llevo de viaje. Yo hice lo que tenía que hacer. Si al entrar en la autopista la máquina no te da ticket, le das al botón de “ayuda”, no? Pues eso hice. Con lo que no contaba es con que se abriera la barrera. Así, de improviso, invitándome a seguir el viaje. Y ahí estaba yo, esperando a llegar a la siguiente salida, esperando con temor la garita del peaje.

La noche fue larga y penosa. Mi espalda no estaba para muchos trotes y el estado de ese colchón blando y viejuno no aportaron nada bueno. Con dificultad pude arrastrarme hasta el bar para desayunar. Afortunadamente fue mejorando ostensiblemente conforme iba transcurriendo la jornada. Y la jornada transcurría a las mil maravillas, con el “método McBauman” para encontrar carreteritas y rincones escondidos. Fueron algunos “por aquí no era”, pero en general fui avanzando a buen ritmo.

En Parma utilicé el “método Silvestre” cuando me encontré con la zona peatonal. Sí, ese de no preguntar nunca y seguir avanzando. Y así me colé hasta la cocina. En plena plaza con el Duomo y el Babtisterio. Hasta allí llegamos. Lo más destacado ha sido el interior de la catedral, completamente recubierta de unos bellísimos frescos. Lo peor, que a pesar de los 10 minutos de conversación con la señorita de Movistar, que me reiteraba que estaba solucionado, sigo sin 3G.

Continuaba el olor a heno por las carreteras camino de Padua. Y yo que pensaba que el heno donde mejor se olía era en Pravia… La ruta finalmente se fue convertido en una sosez, aunque por algún pueblecito interesante he pasado. Cuanto más me acercaba a Venecia, más se parecían los campanarios a los de esa ciudad. Es lo interesante de viajar en moto, que todo son difuminados y transiciones, las cosas van apareciendo poco a poco, como pidiendo permiso. Y eso incrementa la sensación de no tener prisa. Y eso me gusta.

Una cocacola rápida en el McDonads (a la postre lo único que he bebido hasta que he llegado a Trieste), aproveché para ponerme al día de las redes sociales y… oh! Solo hay wifi gratis para los móviles italianos… Esto comenzaba a ser ya signo inequívoco de venganza por lo de la Eurocopa… Es el precio que hay que pagar por ser campeones!

Pero yo seguía disfrutando de los palacetes y campanarios de los pequeños pueblos como Cologna, las vides emparradas que formaban todo un toldo verde en los campos vecinos, o los maravillosos túneles vegetales a modo de bienvenida de los acogedores pueblecitos.

Padua tiene un casco viejo plagado de palacios, iglesias y edificios de estilo señorial, algo recargados pero elegantes. Muy burgués, en definitiva. Ahí me di cuenta que, como los franceses, a los italianos tampoco les gusta mi VISA a la hora de repostar. Pero al menos aquí puedes pagar en efectivo en las máquinas automáticas, lo que me salvó de un buen marrón!

Y sin comerlo ni beberlo, ahí me encontré yo en la autopista. Y eso que le tengo dicho al GPS que de autopistas nada. “Autopista, caca!”, le dije. Pero no me hizo ni puto caso. Dieciséis kilómetros de angustia e incertidumbre. Hasta que encontré la primera salida…

Sesenta euros. Ni uno más ni uno menos. Eso es lo que quería el señor del garito del peaje. Y con razón. Todo el mundo sabe que si no tienes ticket te cobran el trayecto más caro. Y eso son sesenta euros.

– Pero es que a mi me han abierto la barrera!!! – me disculpaba.

– Es la ley – decía Franco (que así se llamaba el buen hombre) intentando convencerme.

Después de una buena media hora de discusiones, de una cola kilométrica en mi garita, y de pasar a un despacho para formular un “autocertificado”, la cosa parece que no pasó a mayores. Pagué solamente los 3,40 euros correspondientes, aunque he de confirmar esa “autocertificazione” por fax, en el que yo he de jurar y perjurar que entré en la autopista en la entrada de Venezia Este, y no en Roma o en Nápoles…

Comenzaba a caer la tarde, y aún quedaban 120 kilómetros hasta Trieste. Es zona vinícola, así que todo el paisaje circundante eran viñedos y más viñedos… Y ahí, a lo lejos, unos imponentes y escarpados picos parecían llamarme. Porque lo bueno de planificar el viaje es poder desplanificarlo. En ese momento, decidí que el retorno lo haría por los Dolomitas.

Divisando Trieste desde las montañas, parado encima de mi moto reflexioné sobre lo acontecido a lo largo del día. Y me di cuenta que el “método RideToRoots” es el correcto. Volver hacia lo básico y fundamental. Nos hemos acostumbrado a una serie de lujos banales e innecesarios, pero que no están aseguradas al 100%. Y que cuando no los tienes te parecen un problemón insalvable. Puede que no te funcione internet, puede que tu pin de la VISA sea inválido, puede que el GPS te meta en la autopista sin quererlo, y puede que la máquina no te de el correspondiente ticket. Quizá tengamos que volver a matar jabalíes a puñetazo, hacer fuego con dos palos o contar el tiempo con las fases de la luna y dejarnos ya de tantas tonterías absurdas.

Balcanes 2


EveryTrail – Find the best hikes in California and beyond

LRB. Etapa 1. Piacenza. Italia huele a albahaca

Lo noté como una bofetada. Una bofetada amable y cariñosa. El mar se batía en duelo con la playa unos cientos de metros más abajo, a mi derecha. El cielo parecía darme tregua, aunque al frente amenazaba lluvia. Pero lo que ocupaba todos mis sentidos en ese momento era el intenso olor a albahaca, desparramándose por todas mis neuronas, atontándolas, emborrachándolas y dejándolas prácticamente anuladas.

Salir de casa solamente con media hora de retraso ha sido todo un logro. Conseguí levantarme a la hora, y es que a pesar de no estar nervioso, no conseguí dormir bien la noche anterior. Pero soy especialista en probar las cosas en el último momento, así que me tocó inventar a la hora de colocar todo el equipaje. Pero vamos, eso ya es marca de la casa.

En el trayecto de hoy me ha dado tiempo a pensar en muchas cosas. Entre ellas, en cómo iba a redactar esta crónica. Mi empeño en escribir a diario a veces me juega malas pasadas. Qué voy a decir de mil kilómetros de autopistas? Pues la verdad que poca cosa. Mis miedos a no conseguir el nivel de otros viajes se acrecentaban con cada kilómetro. Y como cada año, al final dejo que sean mis dedos los que escriban, dejando mi cerebro en standby, una especie de trance mientras digiero la pizza de la cena. Así que estad preparados para cualquier cosa!

Francia… Buff. cada vez odio más ese trozo de autopista. Viento fuerte a la altura de Montpellier, colas y más colas en los peajes franceses… vamos, lo de cada año. En una parada para repostar me encuentro a Karl, un alemán ataviado con una sudadera y unos vaqueros, que vuelve a su país a bordo de su vetusta ZX-10. Al explicarle mis planes me dice que estuvo en Albania hace unos años, camino de Grecia. Me habló de carreteras inexistentes, pistas polvorientas y gente amable. Le dejé hablar. No era momento de decirle que ya estuve el año pasado. O sí, pero no lo hice. Pensé que ese era su momento, no todo el mundo ha estado en Albania. Asentí interesado y le agradecí la información.

Entrar en Italia con ese olor a albahaca fresca ha sido lo mejor del día. Ya no importaban los 36ºC de Francia, ni el viento de la Camarga. Inundar mis sentidos con ese olor ha sido una gran recompensa. Y es que si España huele a ajo, Italia huele a albahaca. En esos pensamientos me hallaba sin apercibirme de los negros nubarrones que se cernían delante mío. Rayos, truenos y oscuridad me esperaban a la salida del túnel. El asfalto se convirtió en piscina. Los coches despedían verdaderos tsunamis hacia los lados, mientras yo intentaba sortearlos con mayor o menor fortuna. El apocalipsis apareció en menos de un minuto.

Y tal como vino, se fue. Reapareció el sol, el asfalto comenzó a secarse y la tierra mojada y el heno húmedo reemplazaron a la albahaca. Sea como fuere, Italia está llena de olores agradables. A poco de llegar, me encontré con una señal que indicaba que estaba cruzando el paralelo 45. “Vaya tontería”, replico en voz alta. Que me señalen el ecuador, el círculo polar ártico o el meridiano de Greenwich lo encuentro lógico, pero el paralelo 45? Aunque puestos a pensar, resulta que en ese preciso momento me encontraba a la misma distancia del ecuador que del polo norte. Anda, pues quieras o no… Mola!

La lluvia volvió a aparecer a pocos kilómetros de Piacenza, una ciudad con un par de plazas interesantes y poco más. Pero una ciudad que me dio la bienvenida con un incipiente y tímido arcoiris, quizá un buen presagio para el primer día de ruta.

Y llegué al peaje. Desde que cogí el ticket al entrar en Italia, unos cuantos kilómetros antes de Génova, no había pagado. Y me encuentro una señal pintada en el suelo que parecía invitar a los motoristas a pasar por el lado de la corta barrera. Paré la moto. Dudé un instante mientras miraba fijamente a la cámara que apuntaba directamente al frontal de mi moto. Al frontal? Apunta al frontal? No había nada que pensar. Gas y hasta luego, Lucas!


Algunos pensarán que estoy loco. Mil kilómetros, algo más de ocho horas encima de la moto, soportando calores agobiantes, lluvia torrencial niebla e incluso frío. Pero yo miro al coche del carril de al lado, encerrado en su burbuja protectora, sin percibir ese calor, esa lluvia y perderse esos olores a albahaca y a heno fresco. Entonces, ¿quién es el loco? Porque señores, viajar en moto es eso. Viajar en moto no es observar el paisaje sino sentirlo. No es disfrutar de un precioso atardecer sino ser parte de él. ¿Entonces a qué estás esperando? Coge la moto y sal ahí fuera. VIVE!!

Balcanes 1


EveryTrail – Find the best hikes in California and beyond

Las rutas del verano

Ya es momento de decidirnos. Queda poco menos de un mes y hasta hace pocos días no tenía claro ni las fechas ni el destino de este año. Pero este fin de semana nos hemos puesto las pilas y ya tenemos el esqueleto de lo que serán las dos (sí, dos!!) rutas de este año. Comencemos por el principio.

1. La ruta de los Balcanes.

Ya estuvimos el año pasado, camino de Estambul y nos encantó tanto los paisajes como el viaje en el tiempo que supone meterse en Albania o en determinadas zonas de Bosnia. Paladear la guerra cercana y luchar contra sus carreteras y caminos imposibles. Esta vez iré solo, ida y vuelta en 15 días.

2. La Ruta Polaca

Este es el plato fuerte después del aperitivo balcánico. Belén y yo recorreremos en moto el norte de la Europa no escandinava, pasando por escenarios importantes relacionados con la II Guerra Mundial. Polonia es el destino final, pero la vuelta por la ruta conocida como la Romantische Strasse en Alemania será la guinda.

Como siempre, la publicación del post con fotos y crónica será diario, casi «en directo». Así que no os lo perdáis. En vuestras pantallas a partir del 14 de Julio!